domingo, 14 de junio de 2015

UN HOMBRE MUY FACULTO


(De otra experiencia real vivida por mi padre)

Sobre los lomos de una vieja y cansada mula, después de recorrer casi dos leguas a través de un largo y angosto camino de amarillenta tierra, el hombre llegó hasta un pequeño claro en cuyo centro, sombreado por dos enormes mangos se podía observar un viejo rancho campesino.
Bajó del animal deslizando sus manos por sobre la sucia pelambre de dos enflaquecidos perros que con incesantes movimientos de sus colas le dieron la bienvenida. 




A través de unos pequeños postigos, varios niños de sucio rostro se apiñaban para observar con curiosidad al visitante, dos de ellos corrieron a su encuentro, y luego de poner una rodilla en tierra, con los brazos cruzados dijeron: ––Bendición padrino.

––Dioj loj bendiga–– respondió el hombre colocando sus manos sobre la cabeza de aquellos.

Del interior de la vivienda salió una regordeta pero joven mujer a quien el hombre saludó al tiempo que se despojaba del “porsiacaso” que portaba terciado al pecho.

––Buen día, comae. ¿Cómo ejtán por aquí?

––Un poco regulal–– dijo la mujer después de corresponder al saludo del visitante.

––¿Y el compae Inocencio, como ha seguío?

––No se alienta conpae, no se alienta, el pobre Inocencio ca día ejtá máj piol.

––¿Y loj remedioj que le mandó don Nicasio, y laj yelbaj del sute José Ramón?.

––Naíta que lo curan conpae. Naíta que lo curan. Ay conpae Rafael, ese marío mío se me va a volvé loco.

––Bueno pero no se priocupe, aquí le traigo unoj remedioj que preparé yo mijmo, ejtoj si le van a prejtá, y usté va a ve que en menoj de una semana el conpae Inocencio se va a curá pol completo de su mal, mire que se lo digo yo que soy honbre de mucha ejperiencia y que conoce mucho de esaj cosaj. ––Ay conpae Rafael ojala que sea así, polque ya yo no se que
jacé. Toitaj laj pelsonas que han venío con la mijma intención no han podío jace na.



––Bueno, pero como le dije, tese tranquila y tenga mucha fe en to ejtoj preparaoj. Venga pa acá pa mojtraseloj y pa decile como se loj va a aplica.

Y a medida que el visitante iba colocando los frascos comenzó por decir:

––Con ejtoj cogolloj de plátano, comae, le jace un guarapo y se lo da a tomá doj vecej al día, o ca vej que tenga ganaj de jacé una necesidá. A ejte cuero e culebra le va a echá un poco de ejta manteca de mato de agua, que ejtá revuelta con manteca de cochina paría, y se lo enrolla en el pejcuezo todaj laj nochej antej de acojtase, y en la mañana se lo quita, y se lo vuelve a poné en la noche.

––¿Y aquello que ej conpae?

––Ah, etjaj son pepaj moliaj de lechosa pintona, eso comae, se lo va a poné a Inocencio en suj paltes lo máj caliente posible trej vecej al día, pero antej de comé y dejpués de bañase

––Ay conpae, ¿no le dolerá?

––A lo mejol le duele comae, a lo mejol le duele y hajta lo quema, pero ej que tiene que se así, de otro modo no le jace efelto. Y ademáj, acueldese que la cosa que tiene el conpae Inocencio ej un poco seria. Bueno y ejto último que traigo aquí ej un preparao de hojaj de llantén, ruda, fregosa, sábila y táltago.

––¿Y cómo se pone eso?.

––Moja un trapito y se lo pone en la frente pol lo menoj dos horaj diariaj, y pol la noche moja unoj algodonej y se loj mete en ca güequito e la narij.

––Ay conpae, ¿y pol donde va a rejpirá ese pobre honbre?.

––Ah pero bueno, ¿pol donde va a se comae?, pol la boca, y si to ejto no lo cura, no hay maj na que yo pueda jacé...

Del interior del rancho se dejó escuchar la voz de Inocencio preguntando:

––Encalnación, ¿con quién convelsas?.

––Ej el conpae Rafael ––le respondió ella–– te trajo unoj remedioj que asegún dice él, si te van a curá.

––Rafael, chico, no te quedej hay, dentra pa saludate.

Entró Rafael al rancho encontrando a Inocencio tendido en el chinchorro. Unas hojas de ruda sostenía en la nariz, mientras que en un rincón se podía observar una infinidad de frascos que contenían los más variados medicamentos, casi todos de fabricación casera, pero que no habían dado los resultados que el enfermo esperaba.

––Carajo Inocencio, ¿cómo ejtaj chico?, tuavía con esaj vainaj metíaj hay.

––Ej que esoj remedioj no han selvío pa na Rafael. ¿Tú no conocej a alguien que de veldá sea faculto y me saque esoj carajoj de hay.

––No se priocupe conpa, hay le traje unoj remedioj que segurito lo van a poné bueno, pa que se pare de ese chinchorro, y se enparrande otra vej.

––Ojalá que así sea Rafael, ojalá que así sea y esoj remedioj me curen de una vej pol todaj, polque ya yo no aguanto máj ejta vaina.

Se retiró Rafael no sin darle a Encarnación las últimas recomendaciones mientras que Inocencio, desde aquel mismo momento se dispuso a ingerir y a aplicarse aquellos medicamentos salidos de las manos de su compadre, y que Encarnación presurosa preparaba en el fogón.

Sin embargo, el mal que aquejaba a Inocencio, cosa que desconocían todos, no podía ser curado con simples rezos, yerbas y medicinas fabricadas por empíricas manos, y como era de esperarse, una semana después su situación seguía siendo la misma.

––Ay don Nicasio pol Dioj, ese pobre Inocencio se me va a vení muriendo. ¿Y dejpués como jago yo con esoj catolce muchachoj?–– se quejaba interminablemente una tarde Encarnación con boticario del pueblo.

––Mira Encalnación, yo creo que lo de tu marío Inocencio ej bajtante grave, así que te recomiendo que lo máj pronto posible te lo llevej pa Caracaj, pa que te lo vea un doctol, esoj honbrej si que son son facultoj e veldá, bueno pa eso han ejtudiao.

––¿Tan mal ej la cosa don Nicasio.

––Bueno, saca la cuenta puej, cuando no han podío to ese poco e remedioj que le he recetao, ni laj yelbaj que le preparó su compae Rafael, ni los rezoj de loj curiosoj que ha consultao, yo creo que sí Encalnación, yo creo que sí.

Todo pueblo pequeño ––se decía ––encierra un infierno grande, los hechos reales o ficticios que en él ocurren, suelen comentarse en corrillos, reuniones y tertulias. Verdades, mentiras, se aceptan mansamente como se aceptan el día y la noche sin que exista el menor interés por conocer su razón. Se mezclan, exageran y magnifican en demasía con cada nuevo amanecer. Dependiendo del interés que se ponga en ellas, una mentira pasa a convertirse en una innegable realidad, mientras que la verdad que se desconoce, pasa a ser una simple aventura. Como una pandemia todo aquello fantasía, mito y realidad se riega, se esparce por doquier, vuelan como impulsadan por el viento y penetra por puertas, ventanas y postigos hasta la más alejada vivienda. Y en una de ellas como en otras tantas de aquel alejado y casi primitivo pueblo donde conviven el campesino ignorante y supersticioso, no se hablaba de otra cosa que del mal que aquejaba a Inocencio.

Procedente de la capital, de paso por aquel pueblo, se hallaba allí un visitante. Hombre de a caballo, de machete al cinto y de leguas y caminos recorridos. Ducho, sapiente, astuto, zorro viejo y conocedor de los miedos y supersticiones del hombre del campo. La ignorancia, la superstición la superchería, rasgos comunes en ellos, irremediablemente los hacía transitar por caminos plagados de las más inverosímiles fantasías y creencias, que sin detenerse a sopesar su real o ficticia naturaleza, aceptaban y propagaban de tal forma, que hacen de ellas males veldaderamente incurables al inocularlas como un veneno en las mentes poco analíticas de otros de su misma o peor condición.

––¿Una gusanera en la nariz ?–– preguntó a los que comentaban el asunto.

––Sí, una gusanera. Tiene esa narij toa ronpía de tanto ejcalbase. El no ha querío decí como jue la vaina, pero pa mí que ej un mal que le echó alguna moza, polque... a carajo pa jenbrero ese Inocencio, to el tiempo anda enrrochelao.

––¿Y nadie ha sido capaz de sacarle esos gusanos de la nariz?.

––Nadien, y mire que ese hombre se ha vijto con loj mejorej curiosoj, y con don Nicasio, el boticario, que tiene fama de se de loj mejorej. Y tan mal ej la cosa que ha recomendao que se lo lleven pa Caracaj pa que lo vea un doctol.

––Me gustaría verlo ––dijo el visitante interesado en el asunto, intuyendo que la situación del enfermo no debía ser tan seria como se comentaba.

––¿Y ujte cree que tenga el remedio pa curá a ese honbre?

––Bueno, primero vamos a ver que es lo que realmente tiene, aunque no creo que sea una gusanera. Quien sabe si los remedios, ungüentos y preparados que le han recetado han resultado peores que la enfermedad.

Y a media tarde llegó aquel visitante al rancho del enfermo en compañía de uno de aquellos hombres que le había servido de baqueano.

––Mira Inocencio, aquí te traigo un honbre de Caracaj que te quiere ve.

––¿Y ujte ej doctol?–– le preguntó Inocencio saliendo del rancho.

––No Inocencio, no soy doctor, pero déjame ver en que te puedo ayudar.

Encarnación dejó la escoba con la que barría el patio, se acercó a su marido observando con curiosidad al extraño y comentó para sus adentros:

––Qué podrá sabé ese caraqueño cuando anda por ejtoj montej tan bien vejtío y calzao. A mi se me pone que ese honbre no sabe máj de lo que puede sabe don Nicasio. Y tanpoco se le ve cara de que sea muy faculto.

––Levanta la cabeza Inocencio–– le dijo el hombre, observando con detenimiento la nariz del enfermo.

Un minuto después le dijo:

––Mira Inocencio, a simple vista no se te ve nada grave, yo creo que lo que tienes es un catarro.

––Que catarro el carajo honbre, son unoj gusanoj que dejde jace doj semanaj tengo metioj hay en la narij, usté como que ej igualito a los demáj que han venío ique con intencionej de curame–– respondió algo alterado Inocencio.

Encarnación, por su parte, le dio la razón a su marido.

––Cómo va a decí ujté que ej un catarro lo que tiene mi marío, ese pobre honbre ya no pué ni rejpirá con esa gusanera que nadien le ha podío sacá. Veldaderamente ujté como que veldederamente ej igualito a loj demáj. Una idea cruzó fugazmente por la mente de aquel hombre, quien ya se había convencido plenamente de que aquellos gusanos que decía tener Inocencio en la nariz, existían sólo en su imaginación y en la de su mujer.

––De todos modos–– le dijo–– mastícate unas pepas de guásimo, tómate un pocillo de jugo de toronja, pero sin papelón, y si es verdad que tienes unos gusanos en la nariz, vas a sentir que esos bichos te van a crecer y se te van a alborotar, y si es así, mañana mismo te los saco.

No muy convencido, Inocencio pasó el resto del día masticando algunas pepas de guásimo, y tomado el jugo de toronja como le había dicho y recomendado aquel extraño.

Al día siguiente Sergio, que así se llamaba el visitante, y que horas antes había estado revolviendo la húmeda tierra de unos porrones donde crecían algunas matas de claveles, acudió de nuevo a casa de Inocencio, y sin muchos rodeos le preguntó:

––Sientes que esos bichos crecieron y se te alborotaron con las pepas de guásimo, ¿verdad Inocencio?.

––¿Qué si se crecieron y se alborotaron?, máj bien sentí que se barajujtaron, jue tanta la vaina que apenaj pude dolmí, esoj bichoj deben se bien grandej.


––Bueno Inocencio, eso quiere decir que verdaderamente lo que tienes ahí

son unos gusanos, y ahora sí te vas a curar definitivamente de esa vaina.

––¿Pero de veldá ujté se loj pué sacá?–– le preguntó nerviosa Encarnación, quien ya comenzaba a creer en aquel hombre.

––Sí, pero va a tener que aguantar el dolor, porque esos bichos crecieron y se le alborotaron. Y en cuanto a usted Encarnación, yo creo que es mejor que se vaya para otro lado, no vaya a ser que esos bichos cuando comiencen a salir de la nariz de su marido se les metan después a usted.

Presurosa rumbo a la cocina, salió Encarnación agradeciendo internamente aquel consejo.

––Bueno Inocencio, ahora siéntate en ese taburete, echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos y aguanta lo más que puedas, porque la vaina te va a doler, pero después te vas a sentir mejor que nunca, y en tus propias manos te voy a poner esos bichos que te han estado matando.

Casi inmediatamente después, hasta la cocina donde se encontraba Encarnación llegaban los desgarradores gritos y lamentos de su marido, quien con los ojos cerrados sentía que algo punzante penetraba por su nariz.

––Ayyyyy–– gritaba el hombre con desespero.

––Aguanta un poco más Inocencio, un poco más que ya casi están afuera.

––Ayyyyyy–– continuaba gritando Inocencio.

Bastaron tres minutos que fueron una tortura para aquel enfermo, quien abrió desmesuradamente los ojos cuando le oyó decir a Sergio:

––Ya estás curado hombre ––y dicho aquello, le mostró, no seis gusanos, sino seis lombrices de tierra de color morado que habían sido la causa de su enfermedad, que hasta ese momento nadie había sido capaz de curar.

El efecto fue fulminante, inmediato, como así se lo hizo saber a Sergio.

––¿Cómo te sientes ahora, sin esas bichas en la nariz?.

––Carajo como me voy a sentí, máj mejol que nunca–– respondió alegre Inocencio quien ya se disponía a aplastar aquellas lombrices con sus pies.

––No Inocencio, no se te ocurra hacer esa vaina, mira que se te pueden meter ahora por los pies, y de allí si es verdad que no te las saca nadie.

Salió corriendo Encarnación de la cocina observando con asombro lo que había logrado hacer aquel hombre lo que calificó como un verdadero milagro. Y sin poder contener las lágrimas gritaba:

––Ay Dioj bendito, pol fin te sacaron esoj bichoj de la narij Inocencio, pol fin te sacaron esoj bichoj.

Inocencio, contagiado también de la alegría de su mujer, dirigiéndose a aquel hombre le dijo:

––Carajo don, no sabe lo que le jagradejco lo que ha jecho pol mí, y ya que ujte ja sío el único capaj de curame, cóbreme lo que quiera.

––No hombre Inocencio, yo no cobro nada por esa vaina, quédate tranquilo, y no parrandees ni te eches palos por lo menos durante un mes.

Poco después se retiró aquel hombre murmurando entre dientes:

––A hombre tan pendejo, creyendo que tenía una gusanera en la nariz. La ignorancia es una vaina seria. Tiene cabeza nada más que para peinarse.

Y ya en la casa donde se encontraba de visita, fue interrogado por su mujer:

––¿Curaste a ese hombre Sergio?.

El hombre está mejor que nunca, pero te debo las seis lombrices de tierra que saqué esta mañana de las matas de claveles, y el alfiler de cabecita que tuve que botar porque se manchó de sangre.

––Ay, ¿tú como que torturaste a ese hombre?.

Bueno es que tenía que ser así, de lo contrario todavía estaría creyendo en esa pendejada de una gusanera en la nariz.

Mientras tanto, en casa de Inocencio, este le decía a su mujer:

––Carajo Encalnación, jamáj me había sentío maj mejol, lo que no pudo Nicasio ni loj mejorej curiosoj del pueblo, lo pudo ese honbre.

––Y pensá que yo al principio no creía en él, pero resultó se un honbre muy faculto Inocencio, muy faculto. Dioj lo gualde caracha.





2000

No hay comentarios:

Publicar un comentario