domingo, 12 de julio de 2015

LA FAMILIA GASTÓN


Un viernes 15, preguntó Pedro Gastón a un compañero de trabajo:

––Epa José, ¿ya depositaron?.

––Sí pana, como a las tres y media.

––Coño chamo menos mal, porque estoy pelando.

––Bueno mano, mañana pones esa nevera full.

Y a las cinco y media de la tarde salió Pedro Gastón rumbo al cajero automático del banco que distaba como a ocho cuadras. Veintiseis personas se hallaban allí haciendo cola. Casi una hora después, luego de una larga e impaciente espera, rogando interiormente que el bicho no quedara fuera de servicio o sin real, le tocó su turno. Miró para atrás, a la derecha, a la izquierda, hacia arriba, hacia abajo y luego introdujo su tarjeta en la ranurita. Marcó su clave secreta no sin antes bloquear el aparato con su cuerpo para impedir que las miradas imprudentes de los que tenía detrás observaran lo que estaba haciendo. Puyó la tecla de “Retiro”, y después la de “Cuenta Corriente”. Marcó otra que decía “Otro Monto”, y por último comenzó a puyar algunas teclas numeradas. Dos minutos después, más contento que’l carajo, retiró los reales, la tarjeta y el papelito que le regalaba el banco, muy parecida a una boleta escolar de un mal estudiante porque lo que se veía en ella era puro cero. Había retirado hasta el último centavo. Jamás dejaba nada, no confiaba en ese banco, una vez le paliaron diez mil bolos y aún no se lo habían devuelto. Y ya con la cartera full de billetes se retiró Pedro Gastón con su pasito apurao, pero no pal monte o pa la sabana, pa donde todas las mañanas se va en overo aquel a verse con su potranca zaina que lo tiene to escoñetao, mucho menos para un bar, o una fuente de soda a gastar en ellos una buena parte de la quincena como lo hacían algunos de sus compañeros de trabajo, sino para su casa, en el 23, a la que llegó casi a las ocho de la noche. Fue recibido por Juana su carnal compañera, quien luego de darle un relampagueante beso le preguntó con cierta impaciencia: ––¿Cómo te fue mi amor, cobraste?.

––Sí hombre vale, como a las seis y pico porque había un gentío en el cajero.

––Bueno, entonces mañana me acompañas al mercado, ya no queda casi nada, la nevera está full pero de agua y de hielo, y que yo sepa esa vaina no alimenta. Y con ese sueldito que tú ganas... ¿Qué se puede comprá con eso?. Si no fuera porque los muchachos pagan los recibos ya nos fueramos muerto de hambre con esos cuatrocientos ochenta mil bolivares que te pagan.

––Es que con esa bola de descuentos que me hacen en Seguro Social, Política Habitacional, Paro Forzoso y Sindicato, se me van casi cuarenta mil bolos quincenalmente, ah, y en el préstamo que saqué el año pasao pa celebrale los quince años a “Bebé”, me falta que jode pa terminá de pagarlo.

––Ay pure, pero esa rumba tuvo pasá e fina, chévere y burda e cartelúa, hasta mi mamá se arrebató vacilándose dos tangos, dos joropos y tres pasodobles con el conserje, y dígame eso, mi papá ique bailando rock y caminando de pa trás como Maiquel Yacson–– dijo “Bebé” saliendo de la cocina con una arepa rellena de mantequilla en sus manos.

Minutos después, interrumpiéndose a ratos para prestarle atención a la besadera, sobadera, metedera y sacadera de manos, moqueadera y gritadera de la “No Verla” que transmitían a través de la “Cajita de la Basura”, la señora Juana Gastón elaboró una lista de todo aquello que comprarían al día siguiente en el mercado libre, (libre de controles, porque allí cada quien especulaba como quería y vendía al precio que le daba su real gana).

Y a las siete de la mañana del sábado, agarraditos de las manos, y portando dos bolsas de lona, se dirigieron Pedro y Juana a gastar los cobres. Y en aquel apretujamiento, griterío y malos olores fueron cambiando bolívares por comestibles, chucherías, ropa etc, además de algunas extraordinarias pendejadas carísimas que a los dos o tres días echaban a la basura.

Juana Gastón, mujer de fuerte carácter, después de comprar leche, queso, mantequilla, arroz, caraotas, espaguetis, semillas de girasol para “Pancho” su loro, y perrarina para la perrita de “Bebé”, se detuvo frente a una carnicería.

––Mira ¿tienes lomito?–– preguntó al carnicero, que por tener un defecto en la espalda se parecía a Quasimodo.

––Lomito no, marchanta, lomote. ¿No se lo está viendo?–– respondió el carnicero del puesto de al lado soltando una carcajada.

––No señora, pero tengo lengua, patas, rabo, panza, sesos, costillas, corazón y bofe. ¿Qué va a llevar?–– respondió muy serio el primero.

––Coño José, ¿cómo puedes tener tanta porquería en el cuerpo?–– se volvió a burlar el otro carnicero.

––Ay Pedro vámonos pal coño, esos carajos como que creen que esta vaina es la Radio Rochela.

Y ya en otra carnicería preguntó al vendedor, un portugués que se cubría la cabeza con una gorra del Magallanes, vistiendo una bata con manchones de sangre, luciendo además unos enormes y poblados bigotes donde se podían apreciar algunas goticas de leche que momentos antes se había tomado.

––Mira, ¿a cómo tienes el muchacho cuadrao?.

––A tres mil quinientus buleivares, barateico pra vocé reina quereida, precioisa y hermoisa du meu corazao.

Juana, poco dada a la confianza con personas desconocidas, se colocó ambas manos en la cintura, y echando cuerpo y pescuezo p’lante le respondió:

––Mira portugués, ¿tú sabes como es la vaina?, que primero no soy ninguna reina querida, hermosa y preciosa de tu corazón, falto e respeto. ¿Tú cómo que crees que yo jugué gárgaro contigo, que patinamos juntos en Los Próceres en las Misas de Aguinaldo, o que nos montamos en el mismo carrito chocón en el Coney Island?. Y segundo, tú lo que eres es un ladrón, esa vaina no cuesta tres mil quinientos bolívares, te voy a denunciá desgraciao.

––Mere señuira, nu se punga braiva, la cuisa nu es pra tantu, ademais: ¿vocé cumu que creie que esta mercanceia me la regala el gubiernu?. Se nu quere cumprarla entuinces cuma sardeiña.

––Yo como lo que me da la gana no joda, y además, límpiate esos bigotes portugués cochino, pareces un becerro pegao e la teta e la vaca.

––Coño Juana, por favor ¿si?–– le dijo Pedro dándole un jalón por el brazo. Luego, frente a una venta de ropa atendida por un árabe, Juana, después de ver, tocar, palpar, estirar y tender algunas prendas, preguntó al vendedor:

––Mira ¿A cómo tienes estas pantaletas?.

Con voz que parecía el vuelo de un cigarrón, el árabe respondió:

––Barata barchanta, a brecio de ganga, quinienta bolívara.

––¿Y estos sostenes?.

––También barata, a ochocienta bolívara. Abrovecha la ganga barchanta.

A Juana le pareció justo el precio, pero aún así no se decidía a hacer la compra, y ante aquella indecisión el árabe le preguntó muy respetuosamente:

––Antonce barchanta, qué le bongo ¿las bantaletas o los sostenes?.

Juana malinterpretando aquella propuesta se sintió ofendida, frunció el ceño, dirigió una fulminante mirada al Tutankamón aquel, y ya se disponía a hacerlo blanco de su venenoso vocabulario cuando Pedro le dijo bajito:

––Si vas a seguí con tu peleadera me voy pal coño y te dejo toda esta vaina.

Ante aquellas amenazas, a Juana se le disiparon los nubarrones de tormenta que bullían por su cerebro, acordándose de pronto que su hija mayor tres días antes le había regalado dos pantaletas, y tomando otro sostén en sus manos, le dijo al árabe que ya metía en una bolsita plástica las otras prendas:

––No, mira, mejor quítame las pantaletas y me pones los sostenes.

Una señora evangélica vistiendo una falda blanca que le llegaba un poquito más abajo de los tobillos que en ese momento pasaba por allí, le dirigió una severa mirada y murmuró en voz baja:

––Pecadora, que el Señor te reprenda.

Pasaron después Pedro y Juana a otros puestos donde compraron crema dental, jabón de tocador, detergente para lavar, cloro, cera, papel higiénico, azúcar, servilletas, sal, café, papas, yuca, zanahorias, remolacha, berenjenas, frijoles bayos, lentejas, arvejas, caraotas, sardinas, diablitos, espaguetis, guayabas y piñas, aprovechando la ocasión para desayunarse

cada uno con tres empanadas de oreja de cochino y un vaso de jugo de papelón con limón. Sin embargo en cada uno de aquellos puestos dejó la señora Juana inolvidables muestras de su fuerte carácter y propensión a la discusión. Pero lo peor estaba por venir, y se hizo presente cuando más tarde, alegando haber recibido novecientos gramos en vez de un kilo de mortadela que había comprado, le reclamó grosera y airadamente al charcutero:

––Mira desgraciao, ¿por qué carajo si yo te pagué mil seiscientos bolívares por esta vaina, tú me pesaste novecientos gramos?. Así que toma tu piazo e mortadela y devuélveme mis riales, abusador, especulador, ladrón, te voy a mandá preso porque tienes el peso alterao, hambreador.

––Vea puesh, ahora shi me juñí yo con ehsta eñora, yo le endí eshactamente un kilito ien peshaíto y no noecientosh gramosh como ushté eshtá iciendo, vaya–– respondió el vendedor con acento colombiano.

––Mira colombiano cachaco, ¿tú sabes como es la cosa? que yo pesé esta vaina en otro lao y me faltan cien gramos, así que me vas devolviéndo mis riales o me busco un policía.

El reclamo de Juana, cada vez más fuerte, originó que se llenara de curiosos el lugar, y como salido de la lámpara de Aladino, apareció un policía.

––Buenos días ciudadana. ¿Cuál es el problema?

––Guá, que a ese muérgano le compré un kilo de mortadela pero me pesó novecientos gramos, ese gran carajo tiene el peso envenenao.

––Okey okey, pero las groserías están demás–– dijo el policía, y volviéndose al charcutero le preguntó en voz alta al tiempo que lo apuntaba con el rolo.

––Mira Colombia ¿y tú que dices de esa vaina?.

––Oiga paishita, esha eñora eshtá equiocada, yo le endí eshactamente un kilito, shi le faltan cien gramosh debe sher porque she los jartó con una canillita e pan. No le haga casho a esha eñora paishita, que se vaya con su peo pa otro lao, vea puesh.

––Sin groserías ciudadano ¿okey? ––dijo de nuevo el municipal, añadiendo:

––Esta vaina la vamos a resolver de la siguiente manera señora. ¿Dónde está la mortadela que le compró a este carajo?.

––Aquí está–– dijo la señora Juana mostrando una grasienta bolsita plástica. El policía la tomó entre dos dedos, y volviéndose al vendedor le dijo:

––Ahora pésame esa vaina ahí, y si la ciudadana tiene razón, te garantizo que te llevo carajo aunque sea arrastrao, preso pal Comando.

Con manos temblorosas, más chorreado que liceísta en un examen final, o como palo de gallinero, el hombre colocó la bolsita en el peso y aquella sabia decisión del Salomón uniformado le dio la razón a la señora Gastón.

––Ladrón, especulador, sucio, hambreador, amapolero, tracalero, fumón, cocalero, marihuanero–– gritaba a todo gañote la muchedumbre.

––Dale un tiro, dale unos palos, llévatelo preso policía–– dijeron otros.

––Ese carajo lo que merece es que lo linchen–– gritó un gordito brincando como un canguro y levantándose en la punta de los pies por lo retaco que era.

––Que lo linchen, que lo linchen, que lo linchen–– corearon a gritos unas muchachas que lo rodeaban.

––Ciudadanos, ciudadanos, por favor, aquí la única autoridad soy yo, por lo tanto, no voy a permitir más vulgaridades en esta vaina, y las ofensas y las amenazas están demás, y vayan circulando porque esta vaina se acabó, ¿okey?. Y tú, choro el carajo–– le dijo al charcutero ––trancas el negocio y te vienes conmigo pal Comando. Y ve preparando ese culo porque allá te vamos a roliá pa que no seas ladrón, gran carajo, y me le devuelves los riales, o me le completas el kilo a la ciudadana.

Y agarrado por el cuello de la camisa salió el charcutero rumbo al Comando Policial llevado casi a rastras por el muy eficiente y educado gendarme.

En ese momento se hicieron presentes dos reporteros, uno de ellos, micrófono en mano interrogó a la señora Gastón:

––Señora, señora por favor. ¿Nos puede informar que fue lo que le sucedió?.

Y frente a una cámara de televisión y un numeroso público, aquella “Doña Bárbara” contó todo cuanto le había sucedido, pero no se quedó allí, sino que arremetió después contra todos los poderes del Estado, el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, el Moral y el Electoral.

––Es que aparte de la especulación a la que nadie le pone freno–– gritaba–– el gobierno nos está matando de hambre, el pueblo ya no tiene ni para comer, usted va al mercado con cincuenta, setenta o noventa mil bolívares y lo que lleva pa su casa en cuatro bolsitas no alcanza ni pa una semana. Todo está por las nubes, todo está carísimo, los riales no alcanzan porque los sueldos de los trabajadores están por el suelo. Aquí los únicos que comen bien son los políticos, del presidente pa abajo, los ministros, los gobernadores, los alcaldes, los jefes civiles, los militares y los congresistas, todos ellos están forraos en billetes, tienen casa hasta en el extranjero. Y mientras dicen que Venezuela es un paraíso, se van de vacaciones pa Mayami y mandan a sus hijos a pasiá pa Disneyguor y a estudiá a los mejores colegios y universidades de allá, de los Estados Unidos. Y hasta pa sacase una muela, curase una diarrea, un dolor de cabeza o un catarro, se van pa los mejores hospitales y clínicas de Europa, mientras que nosotros los pobres tenemos que comé perrarina, y conformarnos con llevá a nuestros hijos al Parque El Pinar, Los Chorros, al Parque del Este, al del Oeste, al Zoológico de Caricuao, al balneario de Camurí Chico, Macuto o Catia La Mar. Y cuando nos enfermamos tenemos que calanos una cola en el Seguro Social que no sirve pa nada.

Ya no se puede viajá pa ninguna parte porque un viaje en autobús pal Guárico, sale más caro que lo que costaba un viaje en avión pa Puerto Rico hace diez años. Figúrese usted que yo tengo como siete meses que no veo a mi mamá que vive en Los Andes porque no nos alcanzan los riales para viajar hasta allá. Fin de mundo señor. Nunca antes los venezolanos habíamos padecido tanta hambre, y tantas necesidades como la que estamos pasando ahora. Vea usted, trajimos setenta mil bolívares y todo se nos fue en estas dos bolsas de mercado. ¿Y de quién es la culpa, ah?, de este gobierno que nos tiene convertidos en fakires. Menos mal que ya vienen las elecciones pa sacarlos de Miraflores. Antes con A. D. se vivía mejor...

––Ponte a creé.

––Yo te aviso chirulí.

––Tú lo que estás es loca y enferma.

––Los únicos que vivían mejor con A.D. eran los presidentes, sus barraganas y su malandraje–– se le oyó gritar a algunas personas.

––Sí, es verdad, la señora tiene razón, todo esto es culpa del gobierno–– dijo una señora elegantemente vestida que parecía una vendedora de joyas por la cantidad de relucientes prendas con las que se adornaba, interrumpiendo la conversación que sostenía a través de un diminuto teléfono celular.

Concluida aquella especie de Rueda de Prensa los reporteros se retiraron, la muchedumbre se dispersó y los esposos Gastón regresaron a su casa.

––Coño Juana–– le dijo Pedro batuqueando con furia una bolsa contra el piso––contigo no salgo más nunca ni a misa, ni a la esquina ni a pedí prestao, todo el tiempo es una discusión, un peo, una peleadera. De vaina no me caí a coñazos con el vendedor de plátanos cuando se ofendió porque tú le dijiste que se los metiera por donde no le da la luz del sol. ¿Qué vaina es esa Juana?, tú misma estás cansada de repetirlo, la vaina está jodía vale, jodía.

––Bueno coño, sería lo último que ahora vayamos a pelear tú y yo, ayúdame a guardar toda esta vaina.

La nevera y los gabinetes de cocina los pusieron medio ful. Una matica de claveles, dos sostenes, dos interiores, dos pares de medias, un elefantico de yeso, un pequeño ramillete de flores plásticas, un radiecito de baterías, un C. D. de Fernando y Seferino, uno del grupo Malandro y otro de Rafa Galindo fueron a parar a otro lado.

––Coño Pedro en esta pendejaíta se nos fueron setenta mil bolos.

––Bueno pero por lo menos tenemos la “papa” segura.

––Para ocho o diez días, y dígame esa vaina, este mes trae treintiuno.

Lentos, y angustiosos transcurrían los días, y ya faltaban cinco para concluir el mes cuando de nuevo comenzó el llanto de los esposos Gastón.

––Ay Dios mío. Santa Bárbara, Santa María, cualquiera de ustedes, haga que estos cinco días pasen volando–– imploraban casi a diario Pedro y Juana.

––Mira Pedro, hasta que vuelvas a cobrar te llevarás de almuerzo unos macarrones, no con pollo, sino con salsa de tomate, y una arepita con mantequilla porque fue lo único que quedó. Y cualquier vaina le pido prestado al compadre Jacinto, que gana casi lo mismo que tú, y que tiene cuatro muchachos estudiando, en vez de tres como nosotros, dos de ellos trabajando, no sé cómo les alcanza el dinero, será que comen una vez al día.

––Lo que nos echó a perder la vaina fueron ese 047, 178, 281, 394, 646, 181, 942 y 957, les metí doscientos bolos a cada uno en Caracas, Táchira y Zulia durante nueve días seguidos, y los grandes carajos no salieron ni de vaina.

––Ay Pedro no te quejes, yo también perdí con la serie de los 20, la jugué al revés y al derecho durante una semana pa todos los sorteos de Caracas y Táchira, y nada que ver, con la pendejaíta se me fueron veinte mil bolos.

––Pero lo más arrecho es que ni en el Kino, el Triple Gordo, el Super Cuatro, el Loto Quiz los raspaítos, nos ganamos un carajo. Y si fue en los caballos, seis cuadros de cuatro mil bolos cada uno, y de vaina metimos tres burros en todos ellos. Y pa completa, los veinte mil bolos que llevamos pal hipódromo, allá se quedaron.

––Pero también la gran carajo de “Panchita”, me dejó mal, todos los días comprando ese piazo e periódico pa nada. Que mala suerte Pedro. ¿Pero pa que se hicieron los riales?. ¿No se hicieron pa gastalo?. Anda, échate un palo e ron o tómate una cerveza.

––No hombre Juana, esa vaina se acabó la semana pasada, porque coño, tres cajas de cerveza y dos litros de ron no alcanzan pa un carajo.

––Pero lo que más me preocupa Pedro, es que el director del liceo volvió a amenazar a “Bebé” con no dejarla entrar si no llevaba el uniforme. Ya van tres veces que el bicho ese anda con su fastidio. ¿Qué de malo tiene que esa niña vaya al Liceo con el vestido de tul y tafetán y los zapatos de tacón alto que estrenó el día de su cumpleaños?. El bicho ese le tiene la vista puesta.

––¿Y cuánto cuesta esa vaina Juana?.

––La chemís cuatro mil bolivares, la falda ocho y los zapatos doce.

––Coño Juana esa vaina está muy cara. ¿No se le podrá conseguí unos usados de esos que venden en Pepe Ganga o en la Quinta Leonor?.

––Bueno, voy a ver, y no me cansaré de repetirlo, este gobierno nos está matando Pedro, nos está matando. Pero creo que la próxima quincena será mejor, estoy soñando con un gallo que persigue a una gallina, y con la perrita de “Bebé” que sale preñá del perrito del apartamento de al lado, y según el librito de San Cono esas vainas son el 000, el 094, el 117, el 294, el 983, el 465, el 408, el 712, el 685, y el 362, cuando cobres los jugaré todos los días.

––Pero por si acaso tengo tres líneas y cuatro imperdibles que me dio mi jefe pa las carreras del domingo. Esos caballos no pierden Juana, porque van a corré con unos burros. Ahora sí que estamos resueltos chama, ahora sí que estamos resueltos. Y cuando tengamos ese rialero mandamos a “Bebé” a estudiar a Guasinton, y a que pase sus vacaciones en Mayami. De repente por allá conoce a algún gringo podrío en rial, se enamoran, se casan o se empatan, y después todos nos ponemos a valé.

––Ay, Dios te oiga Pedro, Dios te oiga, porque por aquí no hay vida pa ella con esa cuerda de limpios, pobres diablos y tierruos que tiene de amigos.

Llegó el tan ansiado fin de mes. Pedro cobró su quincena. Otra vez fueron al mercado y Juana discutió y peleó mejor que nunca. Hasta se molestó con unas evangélicas que insistentemente trataron de venderle “El Despertar” y “Atalaya”. Pero, ¿Qué pasó después?. Que los burros cruzaron la meta mucho antes que las líneas y los imperdibles de Pedro que llegaron, como dicen “los que saben de caballos”, detrás de la ambulancia. El gallo pataruco de Juana jamás pudo alcanzar a la gallina que más bien parecía un correcaminos, y en cuanto al embarazo de la perrita de “Bebé”, nada de nada, porque “Nena”, que así se llamaba el animalito, adoptó el mejor y más infalible método anticonceptivo, le dijo en su lengua perruna: “Yo te aviso chirulí”, al perrito del apartamento de al lado que se quedó con el greñero hecho.

Pero algo de cierto tenían los sueños de Juana Gastón, porque a las pocas semanas observó que “Bebé” estaba engordando de una manera bastante sospechosa a pesar de que era medio anoréxica y un pajarito para comer. No obstante “Bebé” a pesar de su gordura continuó estudiando en el liceo que funcionaba provisionalmente desde hacía más de trece años en la planta baja del bloque donde vivía. Se iba casi todos los fines de semana con un “amigo” a pasear para El Junquito, El Pinar, Los Chorros, el Parque del Este y el Zoológico de Caricuao. Y cuando no, se enrumbaba para el litoral donde le daba por broncearse en Camurí Chico, Macuto, Naiguatá, Los Cocos, Playa Pantaleta, Playa Bikini y Los Caracas.

Días después se repetía la misma novela, y el mismo “jugando a ganar”.

––Epa Juan. ¿Tú no sabes si depositaron?.

––Sí mano, hace como una hora.

––Coño chamo menos mal, porque estoy pelando.



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