sábado, 29 de agosto de 2015

FABULANDO


El hombre de andar pausado, cabizbajo, abatido acompañado de otros dos penetró a una pequeña y casi vacía habitación tendiéndose de inmadiato sobre la única cama que allí había. Y en aquella posición dirigió su mirada en todas direcciones para luego detenerla en el techo y las paredes pintadas de un plomizo color. Una vez se se retiraron sus acompañantes y cerrado la puerta, oyó una voz que le dijo:

––Oye Juan. ¿Sabes que mañana te darán de alta?.

Se incorporó Juan súbitamente preguntando:

––¿Quién te dijo eso José?.

––Nadie, sólamente se lo escuché decir al médico que te está tratando, se lo dijo al director, fue esta mañana cuando barría su consultorio.

––¿Y qué fue lo que dijo el médico, José?.

––Que daría de alta a algunos pacientes porque ya no justificaban su permanencia aquí, y entre los recomendados estabas tú, porque consideraba que ya habías mejorado, que ya no amenazabas a los médicos y a las enfermeras, que ya no persistías en tu manía de conversar contigo mismo, ni de tratar de escaparte como lo intentaste varias veces el año pasado.

––¿Mejorado?. ¿De que José, de que?, tú mejor que nadie sabe que jamás he estado enfermo. Es falso que haya amenazado a los médicos y a las enfermeras, eso es una vil calumnia. Y en cuanto a hablar conmigo mismo... bueno quizás tengan razón, pero debes saber que en muchas ocasiones todos conversamos con ese otro yo, que llevamos dentro. ¿No crees tú?.

––Sí, pero no en la forma en que acostumbrabas a hacerlo.

––Pero es que también hubo mucho de exageración, y si algunas veces hablaba conmigo mismo era porque no tenía con quien hacerlo como lo he hecho contigo desde que llegaste aquí. Tú, José, eres prácticamente el único amigo de verdad que tengo. Eres la única persona que se ha tomado la molestia de escucharme, de comprenderme y que no ha visto en mi a un loco, que me ha brindado su amistad desde que sin justificación, sin motivos, me internaron en este sanatorio. Y todo eso se lo debo a Cristina la mujer de Cristóbal, mi sobrino. Se dió a la tarea de decirle a todos que yo la golpeaba, que no la dejaba vivir tranquila, y que en varias oportunidades hasta traté de prenderle fuego a la casa con ellos dentro. Inventó todas esas barbaridades

para despojarme de mi casa y de todo lo que tenía. Con esa cantidad de mentiras convenció el director de este hospital y aquí me internaron.

Y si alguna vez traté de escaparme fue debido al mal trato que me dában los enfermeros.

––Pero, ¿tienes un sobrino?, creí que no tenías familia. Como nadie te visita...

––Cristóbal es el único familiar que tengo, tú nunca me lo preguntaste. Y si él, y su mujer no me visitan es porque yo mismo les dije que se olvidaran de mí. No me hacen falta José, no me hacen falta, total, para lo que me han servido. Además, cuando salga del hospital, si es que es verdad todo eso que me acabas de decir...

––Eso fue lo que escuché.

––Bueno, José, me voy a otro pueblo, a otra ciudad, a otro país donde nadie me conozca, donde nadie me señale con el dedo, donde nadie se burle de mí llamándome loco, porque ese fue el rumor que hizo correr Cristina, y claro como es mujer con dinero todos le creyeron. ¿Y que podía hacer un pobre viejo como yo?.

––¿Viejo?. ¿Que edad tiénes Juan?.

––El doce del mes pasado cumplí sesenta y ocho.

––¿Pero tienes adónde ir, y dinero para el viaje?.

––No mucho, pero sí lo suficiente, lo tengo escondido en mi casa, o mejor, en la que fue mi casa, porque ahora es de Cristina y de mi sobrino. ¿Y que me importa adónde vaya?, a un hombre como yo sólo le bastan cuatro horcones y un techo de paja para pasar la noche, por la comida no me preocupo, la conseguiré trabajando. Además, tengo mi carro, es un cacharro, ¿sabes?, pero está en buenas condiciones.

––Ah, conque tienes un carro, zorro viejo. ¿Y adonde piensas ir?.

––Como te dije, a otro pueblo, a otra ciudad, para olvidar los malos recuerdos y la vergüenza que me han hecho pasar ese par de malagradecidos.

––Bueno Juan, no te tortures más, olvídate de esa gente, acuéstate y piensa en todo eso que tienes planeado hacer para cuando mañana salgas de aquí.

Poco después Juan se dispuso a dormir, no sin antes pensar, como le había dicho su amigo, en todo aquello que tenía pensado hacer una vez se encontrara fuera de aquel sanatorio, donde a decir de él, había sido injustificadamente internado.

Nublado, casi oscuro amaneció el día en que Juan se vio de nuevo en la calle. Muy poca importancia dió a la lluvia que caía casi interminablemente. Estuvo deambulando de un lugar a otro sin rumbo determinado, y en aquel deambular sin rumbo fijo, a la deriva lo sorprendió la noche. La mortecina luz que despedían algunos faroles hacia que las sombras de los pocos transeúntes se proyectaran largas y fantasmales por el humedecido suelo.

En una esquina observó a un amigo que se encontraba recostado a la pared.

––Hola Pedro, tanto tiempo sin verte, esta mañana salí del hospital. Y tú, ¿Cómo has estado?... ¿Qué te pasa Pedro, no te alegras de verme?. ¿No tienes ganas de conversar?. Bueno que le vamos a hacer, tú siempre has sido una persona de pocas palabras, eres distinto a José, un amigo que dejé en el hospital, y a Manuel, el policía de la plaza, y con quien me reunía casi todos los días antes de que me internaran. Voy en este momento para allá, estoy seguro de que lo encontraré ahí, parece que no tiene otro lugar a donde ir. ¿Te gustaría acompañarme Pedro?... Pedro. ¿Dónde te metiste?. Bueno si no te agrada mi compañía que le vamos a hacer, tú también me rehuyes porque piensas que estoy loco. Adiós Pedro, que te vaya bien.

Minutos más tarde llegó Juan a la plaza. Se sentó en unos de los bancos haciendo mentalmente un recuento de todo cuanto había hecho durante aquel día. Giró su rostro y su expresión fue de alegría.

––Hola Manuel, sabía que te encontraría aquí. Casi un año hace que no nos veíamos ni conversábamos, pero veo que tienes un uniforme nuevo.

––Juan, ¿Qué haces por aquí?. Tenías tiempo que no me visitabas. ¿Dónde has estado todo ese tiempo?. ¿Dónde te habías metido?.

––¿Qué donde estuve todo ese tiempo?, en un hospital para enfermos mentales Manuel, pero no, no pienses que estoy loco, es una triste y larga historia que en otro momento te contaré. Pero veo que no te han ascendido Manuel. ¿Eso porqué?.

––Debe ser porque ya me estoy poniendo viejo, pero de todas formas no necesito ascensos, total, apenas me quedan dos meses para dejar éste uniforme y ponerme un traje civil como el que tienes tú. Pero dime, ¿qué hacías tú internado en un sanatorio para enfermos mentales?.

––Esta bien Manuel te lo diré, fue Cristina la mujer de mi sobrino quien inventó todas esas mentiras. Por todas partes decía que yo constantemente la golpeaba, la amenazaba, que no la dejaba vivir en paz, y que hasta intenté prenderle fuego a la casa. Cristóbal, mi sobrino creyó todas esas mentiras y entre ambos convencieron a la policía y al Director del hospital, bueno, y allí me metieron. Casi un año Manuel, estuve interno en ese sanatorio. Y como hablaba conmigo mismo porque no tenía con quien hacerlo, todos pensaron que de verdad estaba loco. Una vez traté de escaparme, pero me sorprendieron cuando ya casi estaba en la calle. Sin embargo, el director se convenció de que yo era un hombre sano, y esta mañana me dió de alta.

––¿Y que tienes pensado hacer?.

––Como le dije a José, un amigo del hospital, me iré a otro pueblo, buscaré trabajo, y me compraré otra casa, porque la que tenía me la quitó esa mujer. Pero antes debo ir allá, sacar el dinero que allí escondí y mi carro.

Se puso de pie Juan despidiéndose de su amigo y se dirigió a la casa. Afortunadamente no había nadie en ella. Poco después salió portando en sus manos una pequeña bolsa donde había guardado su dinero, retirando también su carro. Lleno de contento, Juan se desplazó veloz por oscuras y estrechas calles y amplias avenidas. Nunca antes se había sentido tan feliz, y se mostraba tan alegre que parecía no ver la gran cantidad de peatones y vehículos que se desplazaban en su misma y contraria dirección. Y aquella felicidad que embargaba al pobre hombre se trocó de pronto en desgracia. No pudo eludir a uno de aquellos vehículos que marchaba a gran velocidad. El impacto fue violento. Hubo carreras y gritos de desesperación. Fue trasladado urgentemente hasta el hospital pero en el trayecto sobrevino su muerte. Y mientras esto ocurría, un carro de bomberos se abría paso por aquellas oscuras y húmedas calles. Al día siguiente, Juan fue sepultado en el cementerio del pueblo. Ausentes se encontraban José su amigo del hospital, y Manuel el policía de la plaza.

––Roberto era su nombre, un hombre joven aún, apenas contaba cuarenta y dos años, pero indudablemente se trataba de un enfermo incurable, sumamente violento y peligroso. Tenía que ser sometido por la fuerza y encerrado en su habitación al darle por amenazar de muerte a los médicos, las enfermeras, y a sus familiares que venían a visitarlo. No entendemos como logró evadirse–– comentaba el Director del Hospital.

––Posiblemente planeó su fuga el día anterior cuando barría mi consultorio y observaba con atención una de las ventanas por donde logró escapar–– dijo otro de los médicos.

––¿Pero cómo ocurrió el accidente?.

––Después de escaparse lo vieron deambulando por el pueblo conversando consigo mismo, con su sombra y con la estatua del soldado de la plaza. Luego se fue a su casa, no había nadie en ella, le prendió fuego no sin antes tomar algunas cosas diciendo que era un dinero que había guardado. Sacó también una vieja carretilla tratando de convencer a las personas que era su carro. Con ella se fue al centro de la ciudad. Se desplazó por las aceras, y al tratar de atravesar la avenida fue arrollado por un carro que en ese momento se desplazaba por allí. Su cadáver le fue entregado a su mujer, Cristina, y a su hijo Cristóbal.



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sábado, 25 de julio de 2015

LA CONSULTA



A las seis y cuarenta y cinco de la mañana de un día lunes, una vez que Josefina pudo comprobar de nuevo que su pequeño hijo de tres años había amanecido sin la fiebre y los vómitos que le hicieron permanecer a ella desvelada casi toda la noche, le preparó el primer tetero del día y lo dejó como siempre al cuidado de su mamá, la señora Antonieta, saliendo sin menos preocupaciones rumbo a su trabajo no sin  antes decirle a  ella:
––Mira mamá, cualquier cosa me llamas para venirme inmediatamente, ahí te dejo la tarjeta del Seguro por si hay necesidad de llevarlo al médico. Yo te echaré un ring en el transcurso de la mañana para saber cómo ha seguido.
––Ay vale, anda vete tranquila, yo tengo suficiente experiencia como para saber qué es lo que hay que hacer con un  niño enfermo. ¿Es que tú crees que yo parí ocho muchachos pa tenerlos de colección? ¿O que cuando tú, o uno de tus hermanos se enfermaba se lo encomendaba a José Gregorio?
––Bueno, pero no te sulfures coño, pareces un alka seltzer en un vaso de agua, y si le vuelven las calenturas y los vómitos me llamas. No se te vaya a olvidar. ¿okey?, hasta la tarde pues–– dijo Josefina, quien luego de hacerle cariño y apurruñar al niño le mandó  un besito volao,  y terminó por salir.
La situación Yonaiker, que así se llamaba el niño no revestía gravedad, no obstante la buena y eficiente abuela que también estaba maltrecha porque desde hacía dos días venía padeciendo de una incesante diarrea, le echaba un ojo y le tocaba la frente constantemente. Afortunadamente al muchachito parecía que la fiebre y lo demás se le había ido para no regresar en mucho tiempo. Y ante aquella aparente mejoría de su nieto que nuevamente se quedó dormido, salió inmediatamente a la calle con el fin de comprar el periódico. A la señora Antonieta le gustaba enterarse de cuantos muertos, cuantos cuñetes de sangre, cuantas masas encefálicas, cuantos cráneos destrozados y cuantos metros de tripas había dejado el malandraje en las calles del país durante los fines de semana. Compró pues el periódico y las revistas “Los Mejores Crímenes de la Semana”, “Plomo y Sangre”, “Ciudad Violenta”, y presurosa retornó a su casa. El chamo continuaba guindao y ni rastros de fiebre, la bicha aquella. Se sentó en el borde de la cama, y masajeándose la barriga comenzó por hojear el periódico. Sus ojos recorrían las páginas de acá p’allá, y allá p’acá. No se detuvo en las comiquitas ni en el crucigrama, pero sí en el horóscopo. Pasó luego las páginas y llegó a las de “sucesos”, leyendo  todas y cada una de las informaciones allí reseñadas.
“De catorce batazos le partieron el cráneo a “Cabeza e Mundo”exrecluso de El Dorado, del Reten La Planta, El Rodeo, Yare,  La Pica y Tocorón”.

“Porque sus bellos y grandes ojos lo vieron abrazando a otra, mujer celosa lanzó sin paracaídas a su marido desde el PH de un edificio en El Cafetal”.
“Estudiante de segundo grado se zampó dos buches de ácido muriático porque lo rasparon en los exámenes”.
“De un machetazo le volaron un brazo a galán octogenario al salir en defensa de su novia, una bella y angelical criaturita de 74 años”.
“Con una  “Pico e Loro”  le abrieron la barriga y le sacaron 10 metros de tripa a un jóven deportista en un bar de Antímano”.
“De un disparo en la sien se suicidó el conocido industrial Francisco (Paco) Rico”. Deja herencia de más de doce mil millones de bolívares a su viuda, quien con el socio de su ex esposo viajó a Europa a mitigar su dolor.”
“De seis pepazos, choros fuertemente armados beneficiaron a ruletero al oponerse a que le paliaran el  taxi con el que se ganaba la arepa”.
“Lo maté porque me ofendió llamándome tierruo pata en el suelo”.  Confesó el recogelatas que asesinó a chuzazos y arrojó al río Guaire a un indigente”.
“Porque no le pasaron tarjeta de invitación, vecino engorilao acabó a plomo bonche en Guatire, donde además con un pico de botella le desfiguró el rostro a la bella cumpleañera”.
“Dirigente de la MUD descuartizó a machetazos a su mujer al verla por la pantalla de VTV marchando con el oficialismo”.
“Esa droga no es nuestra, nos la sembró la Guardia Nacional.” Dijeron Joan (Basuquito) Franceschi y su novia Marijuana (Coquita) Riverol, a quienes de nuevo les incautan 100 kilos de cocaína por valor de 500 millones de dolares cuando desde un aeropuerto clandestino se disponían a transportarlos a Miami. 12 profesionales del Derecho se ofrecen para asistirlos gratuitamente recomendándoles demandar penalmente al comandante de la Guardia”.
“A punto de morir desangrada Miss Mundo, Marisela Luzardo Gallegos  cuando con un cortauñas se desprendió la cutícula del pulgar de su mano derecha. Fue internada de urgencia en el H.C.C. Venezuela toda reza por su pronta recuperación. Está viva de milagro dijeron sus consternados padres”.
 Después de aquello, miró una nota luctuosa acompañada de un poema
que en forma de acróstico señalaba el nombre del finado. Leyó, o más bien declamó:
                                    
                             Antonito

A yer se apagó tu vida
N o sabemos por que causa
T odos los que te querían
O scura hoy tienen su casa
N o te olvidaremos pana
I gual como  tus seis tías
T ambién tu exnovia Roxana
O ra por tí, noche y día.

Tan bello–– dijo casi con lágrimas en los ojos, refiriéndose no al muerto, sino al poema. Paso por alto las informaciones sobre la situación económica, social, cultural y política del país, por lo tanto no se enteró que el gobierno había firmado un convenio con el de Camerún, para que éste país enseñara a jugar fútbol a los chimbos venezolanos con la esperanza de participar en el mundial del 3064 (sí es que para esa época, ciertos gobiernos no hayan destruido el mundo) y lográbamos ser campeones derrotando (a excepción de Israel, Siria, Irán,  Arabia Saudita, Yemen, Argelia, Afganistán, Palestina, Jordania, Irak, Líbano, Kuwait, Libia, La India, Pakistán etc, donde los muchachitos todavía no han aprendido a  hacer una perinola con una latica de sardina, porque vienen al mundo con una metralleta, una bomba o una bazuka en las manos para seguir con la tradición de sus mayores que desde los tiempos del señor Adán y la señora Eva de Adán se la pasan en un solo peo y no tienen tiempo para perderlo en esa pendejada que llaman deporte) al resto de los países del mundo que en una cancha, un estadio o en cualquier peladero de chivos son buenos carajo dando patadas y cabezazos como las mulas y los toros. Tampoco se enteró que el Parlamento había autorizado al Ejecutivo para que adquiriera de Israel cuatro millones de armas de fuego de segunda mano, entre ametralladoras, revólveres, pistolas, fusiles, carabinas, máuseres, rifles, trabucos, arcabuces, morochas y chopos, además de misiles y bazucas, para
enfrentar al hampa malandra, ama, señora, jefa, patrona, dueña, propietaria y reina del país que tenía a todos los venezolanos y extranjeros, legal, o ilegalmente residentes en el país, como pajarito en  jaula. Mucho menos supo que un miserable dólar estaba costando 1500 bolos, y no 3,35 como cuando mandaba mi General Marcos Evangelista Pérez  Jiménez. Como tampoco que según un estudio de la O.N.U. la educación en nuestro país ocupaba el centésimo vigésimo lugar a nivel mundial. Muy por debajo de Haití, República Dominicana, Costa Rica, Argentina, Uruguay, Paraguay,  Ecuador, Guyana,  Brasil, Chile, Colombia,  Perú, Bolivia, México, Panamá,  Cuba, El Salvador, Portugal, Italia, Noruega, Rusia, Suecia, Irak, Irán, Argelia, Vietnam,  Zaire, Camerún,  Etiopía,  Somalia, Gabón, Uganda, Senegal y Tanzania. Es decir, los muchachos haitianos, dominicanos, costarricenses, argentinos, uruguayos, paraguayos,  ecuatorianos, guyaneses, brasileños, chilenos, colombianos, peruanos, bolivianos mexicanos, panameños, cubanos, guatemaltecos, salvadoreños, portugueses, italianos, noruegos, rusos, suecos, iraquíes, Iraníes, argelinos, vietnamitas, así como los negritos africanos estaban mejor ilustrados que los indios, los catires, los trigueños, los café con leche, y también los negritos de aquí, porque los estudiantes, tres semanas antes de carnaval, Semana Santa, o Navidad, entonando aquella bella canción que decía: “Las calles son del pueblo, no de la policía”, y no lo contrario como había dicho el presidente “Bentancur”, salían a manifestar en ellas, cerrar los planteles, formar bochinches, zafarranchos, atajaperros, quemar carros ajenos, y lanzarle piedras, palos y bombas a la policía, alegando que a la cantina del liceo o de la Universidad se le había quemado el bombillo, porque no vendían helados chupi, o porque el Ministro de Educación, el alcalde o el gobernador  había mandado a pintar los salones de blanco nieve, y no de azul eléctrico que era más bonito, o sea: más chévere, burda e fino y carteluo.
Llegó la señora Antonieta a las páginas de “sociales” engalanadas de las más variadas fotografías. Se acercó más el periódico y leyó.
“Enlace matrimonial Anduxa–Coronel”: después el texto que decía: “Dentro de un exclusivo, único e incomparable ambiente preñado de paz, armonía y felicidad, ornado de lo más añejo, selecto, refinado y dilatado de nuestra sociedad, y como tributo a San Valentín, ayer en la Basílica de Nuestra Señora de Pariaguán, vestida de gala para tan fausto acontecimiento, unieron para siempre y por los siglos de los siglos sus destinos, el honorable y culto caballero Louis Joseph Anduxa Rivée, con la distinguida señorita Trina Elizabeth (Liz) Coronel Romano, amantísimos y encantadores hijos de  
Shimon Joseph Anduxa Cartier; Adelaida Margueritte (Marga) Rivée Avilár de Anduxa Cartier; César Constantino Coronel Amengual y Rosa Margarita (Marga) Romano Bolívar de Coronel Amengual, representantes ellos de los más  elevados,  exclusivos,  elitescos  y  selectos  círculos  sociales del país. La encantadora y preciosísima novia, convertida ahora por indiscutido mandato divino en la envidiable señora de Anduxa Rivée, se constituyó en el centro de las miradas al hacer gala en tan especial e irrepetible ocasión de un precioso traje de albo color confeccionado por la prestigiosa, selecta y mundialmente conocida firma “Zoraidah’s Stil & Costume” en el que destacaban velo, corona, lentejuelas, lazos, faralás y una enorme y vaporosa cola que envidiaría el mismo Halley, llevadas en alto por las ebúrneas, delicadas y preciosas  manitas de sus encantadoras cuñadas, Albit y Claudé. Por su parte, el feliz, y alegre esposo sorprendió a todos al lucir un elegante smoking a rayas, ornado además de filigranas dorados cual refulgentes rayos del astro rey que le hicieron merecer entre sus invitados el título de “Arbitro de la Elegancia”, salido impecablemente de la mano prodigiosa del reputado, inimitable, inmultiplicable e inclonable Chacho,  aventajado alumno de Felix Morreo, preferido de la High Society. Los felices contrayentes, luego de un breve paseo por las engalanadas calles de tan llanero pueblo, invadido de una entusiasta multitud que lanzaba perfumados pétalos de rosa al cortejo nupcial, se dirigieron a “La Arboleda”, donde luego de brindar una y otra vez con copas de exquisito y aromático cañeblanqué importado de las añejas bodegas de Edmundo Dantés, se llevó a cabo la fastuosa e inolvidable celebración en la que de igual manera deleitaron a sus distinguidos invitados con una fastuosa y opípara cuchipanda, en la que sobresalieron L’e caraogté negré con arrogcé blanqué, sopé continentalgle, mondongué de paté de cochigné, pabellogné con barangdé, y parrigllé con chinchugrré, chorigzé, morcigllé, yuqué y hallaquigté con pimentogné y chicharrogné, exquisitos platos de la gastronomía francesa elaborados por el excelente, afamado y universal Jean Pierre, chef consentido del Jet Set. Posteriormente  todos danzaron al compás de las musicales notas con que amenizaron el ambiente un conocido Mariachi colombiano, que como bien merecido presente de bodas les fue obsequiado por sus amantísimos padrinos, el Capitán de Curiara, Cristóbal Bartolomé Vespucio Colón, y la sin par Cecilia (Cecil) Blanca Matos Ibáñez de Péresinchi Chávez. Los hoy nuevos, felices y envidiables esposos partirán en un viaje de Luna de Miel que realizarán en un crucero por las hermosas, inquietas y siempre azules aguas del caribe mar, para recalar luego en la tierra de nuestro queridísimo y buenisimo Tio Sam, donde continuarán sus estudios
de electricidad él, y de piñatería ella, que con sobresalientes calificaciones, para orgullo y satisfacción de sus amantísimos padres, cursan por correspondencia en la selecta y mundialmente conocida Hemphill School. Millardos de felicidad le deseamos a los contrayentes”.
“Happy Birthday” de Susanita”: “Ayer, al ocultarse el brillantísimo Apolo, y hacer su aparición la bella Selene, Susana (Susanita) del Carmen Rojas Pietri  de Blanco Cabello, no se  imaginó que al  hacer su  entrada a los predios de su modesta  mansión en la exclusiva  urbanización  “El Campito”, hasta sus delicados sentidos auditivos llegarían cual cántico celestial, las alegres, arrulladoras y acompasadas notas musicales del tradicional “Happy Birthday” que procedían de las angelicales, afinadas y bien atipladas voces de sus hijos, hijas, nietos, nietas, bisnietos, bisnietas, tataranietos, tataranietas, yernos y nueras, que en complicidad con su eterno y jovial  compañero de vida, su amantísimo esposo, el Coronel-Empresario-Ingeniero-Médico-Abogado-Arquitecto-Poeta-Periodista-Escritor-Ganadero- y ex Ministro de Finanzas, don Robert Luque Blanco Cabello, le tenían por sorpresa. El alegre sarao, que contó con la animación de las prestigiosas y mundialmente conocidas orquestas Los Peniques, de “Chucho”  Sanoja, y de Luis Alfonso Larráin. Ángel Custodio Loyola, Vicente Flores y sus Llaneros máximos exponentes de nuestro criollísimo folklore, el Cuarteto Caraquita, Los Criollos, Los Antaños del Estadium, Rafael Deyón, Rafael Montaño, Mario Suárez, Héctor Cabrera, Luis D’ Ubaldo, El trío Los Panchos, El Trío Venezuela, Los Hermanos Rigual, Kiko Mendive, Raúl Naranjo, Héctor Murga, Rafa Galindo, Héctor Monteverde, Magdalena Sánchez, Adilia Castillo, Chichí Caldera, Edith Salcedo, las hermanas Águeda y Yolanda, Xiomara Alfaro, Maribel Llorens, Panchito Risset, Pedrito Rico, Las Cuatro Monedas, Mirtha Pérez, Olga Teresa Machado y la eternamente joven Lila Morillo, que se prolongó hasta el amanecer, llegó a su final una vez que la feliz cumpleañera, logró con un perfumado y delicado soplo, cual acariciante brisa marina salido de lo más recóndito de su eterna juventud, extinguir las hermosas, relucientes y vivísimas llamas que, como titilantes y fúlgidos luceros del más hermoso y nocturnal cielo primaveral despedían todas y cada una de las velitas que como minúsculas pilastras emergían de la suculenta tarta confeccionada por sus hermosísimas y juveniles hijas Aglaya, Eufrosine y Talía, muy justificadamente conocidas en los círculos sociales del país como Las Cárites, o Las Tres Gracias. A Susanita, por cuyas hermosas arterias circula indetenible el icor de rancio y dilatado abolengo,  todos le desearon muchísimos años más de feliz existencia. Deseos a los que incondicionalmente se unen  todos y cada uno de los redactores de ésta nota”
––Coño, Omar Láres, jalando eres de lo mejor, pero guindándote eres extraordinario ––dijo la señora Antonieta y corrió al baño para vaciar urgentemente las tripas.
De regreso pasó a las páginas de los avisos clasificados, que estaban escritos en letras diminutas, pequeñitas, enanitas, chirriquiticas como las que usan las empresas en todo tipo de contrato, o para advertir que la caña y el tabaco hacen daño, se dispuso a recorrer con su vista la larga hilera de aquellos avisos leyendo varios de ellos que decían así:

 “Ya están abiertos los cursos para que elabore en la comodidad de su hogar los cremositos helados Chupi. Otorgamos certificado y obsequiamos trapito para secarlos con el que también podrá usted enjugarse el sudor del rostro”.
“Por no conseguir chamba vendo juego de limpieza de cuatro piezas: escoba, haragán,  coleto y palita plástica.  WWW.lachifadesempleada.Yahoo.com”.
“No se ahogue. Sea un Tarzan. “Delfin’s Water School” sin agua, en la comodidad de su hogar, dicta clases de natación por correspondencia. Reserve su cupo ya. Cursos  garantizados de 6, 12, 18 y 24 meses”.
“¿No tiene carro?, le vendo el mío, nuevecito, marca Citroen, año 56, perfecto estado. Detalles de mecánica, latonería, pintura, motor, frenos, caja, tren delantero, transmisión, amortiguación, y tapicería. Precio: 5.000.000. Teléfono 61.95.95. Regalo triangulo de seguridad  y cables auxiliares”.
“Sólo por hoy, remato lote de peines, peinetas, pañales, medias tobilleras y de nylon, zapatos deportivos y de vestir, franelillas, interiores, pantaletas, sostenes, y  cepillos dentales, todo con muy poco uso. Llamar al  032.70.00”.
Al no interesarle los helados, los cursos de natación, los carros, los juegos de limpieza y las prendas de segunda mano, pasó la página y continuó leyendo:
“Para pobres fabricamos ataúdes en terciopelo negro al tamaño justo del difunto. Aproveche el combo: Urna con respiradero (porsia), sabana marca marca Canon, crucifijo, estampita con el santo de su devoción, almohadita de foam, corte de pelo, barba, bigote y maquillaje por sólo Bs. 460.000. No espere más. Muérase hoy. Ya".

“Se pintan casas, apartamentos, oficinas y se pega cerámica a domicilio. Llamar a los hermanos Leo, o Nardo  de Vinci por el teléfono 146. Más de quinientos años de experiencia”.
Todos estos avisos tampoco fueron de interés de la señora Antonieta, por lo que la llevó a continuar hojeando el periódico. Concentró su atención en una columna que si le interesó, leyó  todos los avisos que ofrecían casi lo mismo. Buscó papel y  lápiz, y aguantando el dolorcito en la barriga fue anotando nombres direcciones y teléfonos. Después se dirigió a la cocina, y se tomó dos cucharadas de anís estrellado. En aquel ínterin de cosas despertó su nieto llamando a su mamá  y pidiendo otro tetero. La señora Antonieta le colocó la mano en la frente y se sintió satisfecha, nada de fiebre. La bicha aquella parecía haber desaparecido para siempre, o... por ahora.
Diez minutos después, con el estómago repleto de leche y nenerina, se levantó el criaturo y encendió el televisor para ver las comiquitas. Mientras tanto su abuela pensaba, y después de una larga meditación se decidió a hacer lo que había estado pensando. Sí,  definitivamente acudiría a una  consulta. Por lo tanto, luego de tomar aquella determinación, baño al niño con agua tibia, lo peinó, lo vistió, lo calzó, lo empolvó, lo perfumó y lo dejó por algunos momentos más viendo las comiquitas, mientras también ella se bañaba, se vestía, se calzaba, se empolvaba, se echaba desodorante y se perfumaba. Y emperifollados los dos salieron a la calle, ella agarrando de la mano al muchachito que iba felicisimo porque sabía que cada vez que salía con su abuela ella le compraba todas las chucherías de las que se antojaba, y uno que otro juguetico. Pero también le daba su pellizquito o su coñacito cuando se ponía fastidioso. Abordaron una buseta justo en el momento en que repicó el teléfono en su casa, el aparato se cansó de sonar, y luego se quedó mudo. Casi tres cuartos de hora después abuela y nieto llegaron a la avenida donde se encontraba el consultorio. Caminaron dos cuadras más y penetraron a un edificio de ocho pisos. La señora Antonieta, siempre agarrando al muchacho de la mano penetró en el ascensor que se detuvo en el sexto piso, salió al pasillo y subió por las escaleras hasta el séptimo con el papelito donde había anotado la dirección de aquel consultorio. Tocó el timbre, y una señora delgadita como un lápiz Móngol, tosiendo, encendiendo un cigarrillo con la colilla de otro y bebiendo café negro, la atendió, tomando nota de su nombre y apellido, donde había nacido, que edad tenía, si era soltera, casada, arrejuntada, viuda o divorciada, cuantos eran en su casa, cuantos hijos y nietos tenía, si todavía estaban vivos su mamá y su papá, si jugaba loterías, si tenía dinero para pagar la consulta etc. Luego de aquel interrogatorio le mostró una silla donde le dijo que se sentara mientras le llegaba su turno por cuanto en ese momento el doctor estaba atendiendo a otro paciente con un grave problema. Mientras esto ocurría, en su casa había vuelto a sonar el teléfono en cuatro ocasiones a intervalos de cinco minutos. Al rato apareció nuevamente la señora Lápiz Móngol invitándolos a pasar. Penetraron a una sala de paredes tapizadas de una gran cantidad de diplomas y placas, y donde se percibía el agradable aroma de algunas plantas. De inmediato fue atendida por el doctor, quien preguntó por el nombre del niño, su edad, su fecha y lugar de nacimiento, si tenía  papá, si se bañaba, si se cepillaba los dientes, si se orinaba en la cama, si ya hacía pupú en la poceta, si se comía los mocos, si ya estaba en el kinder y si se portaba bien o mal.
––No doctor, el se porta bien, es muy educado y respetuoso–– contestó ella.
El chamo mientras tanto se divertía con una  figurita de cristal que tomó de una mesa repleta de revistas viejitas como una tatarabuela.
––Epa, muchachote–– llamó el doctor al niño,  pero como si no hubiera sido con él,  el inocente criaturo, que ya había convertido en harina aquel adorno al dejarlo caer al suelo, trataba ahora de introducir un ganchito de pelo en uno de los tomacorrientes de la pared, para después levantarse  e ir sacándole una por una las hojas a las revistas.
––Yona, quédate tranquilo chico, acuérdate de lo que te dije.
––No, señora, déjelo tranquilo, todos los niños de esa edad son muy curiosos, todo lo quieren tocar y escoñetar... perdón, romper–– dijo el doctor, quien sacó un caramelo de un recipiente de cristal y se lo regaló al niño.
––Es que me da pena con usted. Yo no se que le pasa hoy a ese muchacho. El no es así doctor, está irreconocible–– dijo ella, y dirigiéndose luego al chamaquito le preguntó:
––Yona, mi amor, ¿cómo se dice?.
––Glacia pana bulda, náme tleciento bolo pa compá un Chupi clemosito–– respondió el chamaquito.
––Niño por favor que grosería es esa–– dijo la señora Antonieta apenadísima. ––Bueno, no se preocupe, tráigalo para acá. Dígame, ¿cual es su problema?.
––Yona, ven acá chico–– llamó a su nieto que tenía los ojos desorbitados, el rostro lívido, la respiración entrecortada y la lengua afuera, casi blanca, tratando de quitarse el cable del teléfono que se había enrollado en el cuello.
Treinta minutos después el doctor dio por concluida su labor, y la señora Antonieta se dispuso a pagar la consulta no sin antes decirle:
––Ay doctor muchas gracias por todo, Dios lo guarde y lo favorezca. Que cosa tan grande es usted. Hasta luego.

––Hasta luego señora. Y pase por donde mi secretaria por favor.
Abandonó la señora Antonieta el consultorio. Cancelo el monto de la consulta a la secretaria del doctor, o sea, a Lápiz Móngol satisfecha por todo cuanto le había dicho y recomendado aquel. Ya abría la puerta  para salir al pasillo cuando otra  paciente  que en ese momento llegaba, le preguntó:
––Señora disculpe, ¿es bueno el doctor ese?.
––A mí me pareció que sí–– respondió sobándose la barriga.
––¿Y cuánto le cobró por la consulta?.
––Barata, diez mil bolívares, aparte de los remedios y el impuesto claro.
Ya en la calle, abuela y nieto abordaron el autobús de vuelta a su casa no sin antes detenerse en dos ocasiones para comprarle al chamo unas barajitas de Pokémon, y una barquilla cuando estuvo a punto de berrear al no entender aquello de: ––No tengo rial muchacho el carajo–– que le gritaba su abuela.
Una hora después llegaron a la casa donde con lágrimas en los ojos, visiblemente alterada, nerviosa e impaciente los esperaba Josefina quien corrió a abrazar a su hijo tocándolo y sobándolo por  todos lados.

––¿Muchacha, y que carajo haces tú aquí, a ti como que te botaron del trabajo? apenas son las doce y media–– le dijo su mamá.
––Coño mamá es que me cansé de llamar, y como nadie me atendía pedí permiso y me fui a millón para el Seguro para ver si los encontraba ahí, pero como no los encontré salí volando para acá, la señora Isabel, la vecina de al lado me dijo que habías salido con Yona para una  consulta. Ay mamá, ¿cómo está él?. ¿Le dio más fiebre?. ¡Volvió a vomitar?. ¿Que le dijo el médico?. ¿Por que no me llamaste–– Preguntaba atropelladamente Josefina sin poder contener las lágrimas que le resbalaban por los cachetes.
––Ay, muchacha que vaina es, pareces una Magdalena, a Yona esta bien, fui yo quien tuvo que ir a consultar a un doctor, y como no lo podía dejar solo...
––¿Entonces Yona no está enfermo, mamá?
––Que enfermo el carajo, mal educado, malcriao, mingoniao, echador de vaina y más pedilón que un indigente es lo que está el  carajito ese.
––Ay gracias a Dios–– dijo Josefina juntando las manos, y haciendo la señal de la cruz y levantando el rostro al cielo preguntó de nuevo––. Pero mira––¿qué tienes tú, que te dijeron en el hospital?. ¿Cómo te encontraron?.
––Mira esta niña, primero y principal nadie me encontró porque no estaba perdida ni jugando escondío, y segundo la consulta no fue en un hospi...
––Coño mamá ¿tú cómo que me estás vacilando? ––la interrumpio su hija. 
–– No importa donde haya sido, una clínica popular, un módulo de Barrio Adentro,  un dispensario. ¿Que te dijeron?.
––Ah bueno vale, me vieron y me dijeron una cantidad de cosas pero no es  nada malo, no te preocupes, todavía no me voy a morir. Para la oreja pues.
––Ay mamá, hagamos una cosa, me lo dices después, ¿sí? debo volver a la oficina, tengo mucho trabajo y no quiero que se me acumule. A la noche hablamos mamá, chao, y no se te ocurra enfermarte porque no tengo quien me cuide a Yona. Ah, y acuérdate del 868, el 456 y el 000 para el Zulia–– dijo Josefina, y regreso a su trabajo no sin antes darle un beso al chamaquito recomendándole que si podía, de vez en cuando le hiciera caso a su abuela, se portara bien y no comiera tanta carne  y espaguetis con chicle y caramelo.
A partir de las 2 de la tarde, luego de haber visto una de las 20 novelas que transmitía la TV, la señora Antonieta se dispuso a echar un camarón junto con su nieto. Poco después de las 4 despertó sobresaltada, porque el muchachito, buscando comiquitas en la televisión se encontró con que todos los canales se habían encadenado para transmitir una marcha de los opositores al gobierno, y al no encontrarlas tampoco en el canal de todos los venezolanos, le dio por manifestar su descontento gritando a todo gañote:
––¡Uh, Ah, Cháve no che va. Cháve o tene loco. Cháve o tene loco!.
––Bonitas las vainas que aprendes de tu mamá, carajito–– le dijo su abuela.
Poco antes de las cinco de la tarde se dirigió la señora Antonieta con su nieto a casa de la señora Isabel su vecina, para tomarse uno o dos cafecitos, y recordar con ella como siempre las cosas del pasado, y contarle por supuesto lo de la consulta.Y ya en casa de esta, mientras el muchachito se tragaba la  gelatina que le había dado la señora  Isabel, ambas mujeres se enfrascaron en una amena conversación recordando sus años de muchachas. Hablaron de los desfiles militares en  Los  Próceres  con motivo de la Semana de la Patria. De las películas mexicanas de Jorge Negrete, Luis Aguilar, Tito Guizar, Pedro Armendáriz, Pedro Vargas, Arturo de Córdova, Sara García, María Félix, Libertad Lamarque, Tongolele, María Victoria, Vitola, Tin Tan, Cantinflas, Resortes, Clavillazo, Viruta y Capulina, que los domingos veían en la función  vespertina del cine Baby. Del jujú del doctor Albertico Limonta  con su prima  Isabel Cristina, De Angeles de la Calle, La Bodega de la Esquina, El Bachiller y Bartolo, Se Necesita una Amiga, La Perfecta Ama de Casa, Bambilandia. Disneylandia, Misterios de la Ciencia, Los Casos del Inspector Nick, Un Paso al Más Allá, El Señor Fiscal, Boston Blakie, El Cisco Kid, Camioneros, Patrulla de Caminos, Combate, Héroes sin Nombre, La Ley del  Revólver, Perry Mason, Kojak, El Gran Chaparral, Bonanza, El Llanero Solitario, El Fugitivo, El Hombre Invisible, El Hombre de la Cuerda Floja, El Gordo y el Flaco, Abott y Costello, Lassie, Rin Tin Tin, Furia. De los payasos Uge y Juanito y Gaby, Fofó  y Miliky, De la Lucha Libre de los domingos por Televisa, y la sustancia que “El Dragón Chino” le echaba en los ojos al “Enmascarado de Plata” con intenciones de despojarlo de la  máscara,  De las aventuras de Tarzan, de Frijolito y Robustiana,  de los Misterios del Castillo de las Tres Torres, Cuando los Hombres son Bestias, y de Tamakún “El Vengador Errante” que transmitían de lunes a viernes por Crono Radar, la Voz de la Patria y  Radiodifusora Venezuela.
––Esos sí  que eran programas bonitos Isabel, no esa porquería de ahora y esa basura que tiene que calase una porque no hay otra cosa que ver.
––A esta televisión el gobierno le va a tené que echá un parao, porque lo único  que enseña es hilos dentales, tangas y pantaletas en horario infantil y hasta en  Semana Santa.
––Dígame esos programas juveniles ique culturales Isabel, donde se ve que esos muchachos nunca pasaron por una escuela o un liceo, porque son más tapaos que un bombillo, y más brutos que “Bicho Bruto”. ¿Y que te parecen a ti aquellas canciones bonitas que cantaban Mario Suárez, Héctor Cabrera y Pilar Torrealba con Los Torrealberos?.
––Que va mana, cantantes como esos no salen más nunca. Recuerdo cuando los presentaban en el Chou de las 12 ó  en  Güiken con las Estrellas. Los de ahora los fabrica la televisión y duran menos que un peo en un chinchorro.
––Y que será de la vida del cantante aquel que tenía un parche en el ojo como el periodista Gualter Martínez?. Que cantaba una canción que decía:
“Viva el señor don Cristóbal
que viva la patria mía
y vivan las tres carabelas
La Pinta, La Niña y La Santa María”.
––¿Cómo es que se llamaba
––Raúl Limón, Raúl Toronja, una cosa así. Ah, ya me acordé: Raúl Naranjo.
––Ese mismo chica ese mismo, más nunca se supo de él, si no ha muerto debe estár viejito.
––Pero volviendo a Mario Suárez y Héctor Cabrera, Isabel, recuerdo que cuando por el barrio corría el rumor de que una muchacha había metido la pata, mi papá, cuando precisamente estaba de visita en la casa la mamá de la niña, se atravesaba constantemente por la sala cantando a todo gañote:
                                       “Hay un rumor,
     un rumor en la noche”
Bueno, la señora muy apenada por lo de su hija se dió cuenta de aquellas indirectas y jamás portó por la casa, y hasta le quitó el habla a mi mamá.
––Mira Antonieta, tú me perdonas vale, pero Porfirio, tu papá, que en paz descanse,  era  la más  extraordinaria  reencarnación  de la intemperancia. Yo recuerdo que todo le molestaba, todo le hedía, discutía con cualquiera hasta por la más insignificante pendejada. Además, andaba todo el tiempo con esa cara de perro bulldog. Con razón trabajaba en la Seguridad Nacional.
––Me lo vas a decir a mí, que cuando muchacha me prohibía salir sola y a tener novio. Que conocí  El Silencio a los diecinueve años, y aprendí a bailar Pasodobles a los veinticinco cuando ya era una tarajayota. Que cuando me invitaban a una fiesta se me pegaba atrás como un chicle, y se ponía fastidioso diciéndome: “Que sea la última vez que bailas bolero con el bachaco aquel”. “No te quiero ver hablando con el negro Mandinga ese”. “Tú cómo que le estas pelando el  diente  al bembón aquel?. “Ya esta bueno Antonieta, ya te divertiste bastante, es tardísimo, son las nueve de la noche vámonos, mira que al nudista lo vieron la semana pasada por el barrio.”.  Y cuando Manuel, mi novio, todo chorreado se presentó por la casa a pedir mi mano, casi que le da un yeyo por el berrinche que armó por esa simple pendejada. Pero bueno, al fin y al cabo era mi papá. ¿Pero que me dices tú de los tipos aquellos que iban manejando  una  camioneta  por  la  carretera y según dijeron se les apareció un platillo volador, y que uno de ellos se agarró a golpes e hirió con un cuchillo a uno de los marcianos peluos que los querían secuestrar, y que luego mandaron el cuchillo a los Estados Unidos ique, para estudiarlo?.
––De eso más nunca se dijo nada Antonieta, todo se quedó en veremos. Y hablando de esas cosas, de marcianos y platillos voladores, ¿que crees tú de ese presunto viaje a la Luna de los americanos?.
––Mira Isabel, yo no sé tú, pero esta que está aquí no se cala esa mentira, para mí que eso lo hicieron los gringos en un desierto pelao para hacerle creer a una que ique estaban en la Luna.
––Estoy de acuerdo, lo que pasa es que esos gringos como que creen que en este mundo que los únicos cultos e inteligentes son ellos, y que el resto de la humanidad somos una partida de ignorantes que vamos a creerle todas esas mentiras. Porque por más gasolina y comida que lleven, antes de legar allá tiene que terminársele. ¿Y donde van a poner el tanque full, u donde van a comprar comida si por allá arriba no hay bombas de gasolina, ni restaurantes ni supermercados?. ¿No crees tú?.
––Así es Isabel, porque tú te pones a ver que un simple viaje de Caracas a Ciudad Bolívar, o de Cumaná hasta San Cristobal, si no se paran por lo menos tres veces, cuando llegue allá todos los pasajeros y hasta el mismo chofer los encontrarían muertos de hambre.
––Pero mira Antonieta y cambiando de tema, ¿cómo te fue en la consulta? ¿Que te dijo el doctor?. ¿Que te recetó? ––preguntaba insistente la señora Isabel para retornar al presente y dejar atrás el viejo y nostálgico pasado
––Bueno vale ponte cómoda, mejor no me pudo haber ido–– respondió la señora Antonieta, y a continuación comenzó un casi interminable relato, y la señora Isabel con cada respuesta a sus preguntas, no salía de su asombro.
––Peeeeerro.
––¿Verdá chica?.
––Así es Isabel, así es.
––Antonieta, más rápido que inmediatamente me das la dirección de ese doctor, cuando venga Jesús Antonio lo bajo de la mula con los diez mil bolos de la consulta porque mañana mismo voy para allá. Ese boche no lo pelo.
––Toma–– le dijo a su amiga Isabel, entregándole una tarjetica. Se despidió de ella y salió con Yonaiker a la calle a comprar los medicamentos recetados por el doctor para comenzar el tratamiento recomendado.
Ya sola, la señora Isabel con la tarjetica en sus manos, cómodamente sentada pudo conocer el nombre, especialidad, y la dirección de aquel “eminente doctor”. Se interrumpió un momento para atender el teléfono, y en la tarjetica aquella que había dejado sobre la mesa se podía leer:
Se encuentra triste, solo, acongojado, deprimido, melancólico, despechado?. ¿Su pareja lo abandonó?. ¿Lo botaron del trabajo?. ¿No tiene dinero?. ¿Está pelando?. ¿Está ladrando?. ¿No encuentra quien le preste?. ¿Tiene tiempo que no va al mercado?. ¿Desde cuando no se come una chuleta de cochino o una rueda de pescado?. ¿No comió hallacas, ni bollos, ni pan de jamón en las últimas navidades?. ¿Perdió el pent house, el chalet, el apartamento, el terreno, la casa, el rancho?. ¿Vive en una pensión, en una casa de vecindad o arrimado?. ¿Le embargaron el sueldo?. ¿Le cortaron la luz, el teléfono, el agua, y el gas?. ¿Debe el pago del condominio?. ¿No tuvo infancia?. ¿Lo busca la policía?. ¿Lo  llaman tierruo?. ¿Fuma mucho?. ¿Mastica chimó?. ¿Tiene mala bebida?. ¿Le falta una pierna, un brazo?. ¿Es sordo ciego y mudo?. ¿Tiene cáncer, sida, pulmonía, cardiopatía?. ¿Se murió?. ¿No soporta que le pasen a “Betty la Fea” los sábados y los domingos?. ¿No ha aprendido a bailar  Reggaetón?. ¿No tiene un perrito “Cri-Ca” que le mueva la cola cuando llega a su casa?. ¿No tiene televisión por cable ni Directivi?. ¿Cree que morirá pronto?. ¿Pierde en las loterías, en el Kino, en el Super Cuatro, en en el Loto Quiz, en el Loto Fortuna, en los Raspaítos, en los Caballos, en el Ludo, en el Ajedrez en las Damas Chinas, en el Bingo?. ¿Lo arruinan en el Monopolio, y le ahorcan “La Cochina” en el Dominó?.
 Todos estos y otros problemas tienen inmediata solución con:
“Blacamán Zarathustra Viracocha, Doctor en Ciencias Ocultas. Gran Maestro de La India. Del Tibet, del  Himalaya, de Birongo, Curiepe,  Sorte y  La Gran Sabana. Magíster en Brujería, Macumba, Magia Negra, Blanca, Amarilla, Azul y Roja. Vudú Cartomancia, Cartografía, Caligrafía, Quiromancia, Patamancia, Telequinesis, Telefonía, Reflexología, Astrología, Arqueología, Mentirología, Embustería, Tracalería, Melancolía. Pasado, Presente y Futuro. Cuénteme su vida y le adivino su pasado por medio del Tarot, Tabaco, Caracoles  y Borra  del  Café. Horóscopo. Salud  Dinero y Amor, Mapa Astral, Mapamundi, Mapanare, Mapache. Le muestro el rostro de su enemigo si trae la foto en blanco y negro o a full color. No pierda esta oportunidad. Visítenos ya en nuestra única dirección. Fé a Esperanza, edificio Creyentes, piso 7, consultorio 7-2. Avenida Santo Tomás. Parroquia La Milagrosa. Caracas. República Bolivariana de Venezuela. Consultas Bs. 10.000”. Nota: El precio de la consulta no incluye I.V.A.


2.001

domingo, 12 de julio de 2015

LA FAMILIA GASTÓN


Un viernes 15, preguntó Pedro Gastón a un compañero de trabajo:

––Epa José, ¿ya depositaron?.

––Sí pana, como a las tres y media.

––Coño chamo menos mal, porque estoy pelando.

––Bueno mano, mañana pones esa nevera full.

Y a las cinco y media de la tarde salió Pedro Gastón rumbo al cajero automático del banco que distaba como a ocho cuadras. Veintiseis personas se hallaban allí haciendo cola. Casi una hora después, luego de una larga e impaciente espera, rogando interiormente que el bicho no quedara fuera de servicio o sin real, le tocó su turno. Miró para atrás, a la derecha, a la izquierda, hacia arriba, hacia abajo y luego introdujo su tarjeta en la ranurita. Marcó su clave secreta no sin antes bloquear el aparato con su cuerpo para impedir que las miradas imprudentes de los que tenía detrás observaran lo que estaba haciendo. Puyó la tecla de “Retiro”, y después la de “Cuenta Corriente”. Marcó otra que decía “Otro Monto”, y por último comenzó a puyar algunas teclas numeradas. Dos minutos después, más contento que’l carajo, retiró los reales, la tarjeta y el papelito que le regalaba el banco, muy parecida a una boleta escolar de un mal estudiante porque lo que se veía en ella era puro cero. Había retirado hasta el último centavo. Jamás dejaba nada, no confiaba en ese banco, una vez le paliaron diez mil bolos y aún no se lo habían devuelto. Y ya con la cartera full de billetes se retiró Pedro Gastón con su pasito apurao, pero no pal monte o pa la sabana, pa donde todas las mañanas se va en overo aquel a verse con su potranca zaina que lo tiene to escoñetao, mucho menos para un bar, o una fuente de soda a gastar en ellos una buena parte de la quincena como lo hacían algunos de sus compañeros de trabajo, sino para su casa, en el 23, a la que llegó casi a las ocho de la noche. Fue recibido por Juana su carnal compañera, quien luego de darle un relampagueante beso le preguntó con cierta impaciencia: ––¿Cómo te fue mi amor, cobraste?.

––Sí hombre vale, como a las seis y pico porque había un gentío en el cajero.

––Bueno, entonces mañana me acompañas al mercado, ya no queda casi nada, la nevera está full pero de agua y de hielo, y que yo sepa esa vaina no alimenta. Y con ese sueldito que tú ganas... ¿Qué se puede comprá con eso?. Si no fuera porque los muchachos pagan los recibos ya nos fueramos muerto de hambre con esos cuatrocientos ochenta mil bolivares que te pagan.

––Es que con esa bola de descuentos que me hacen en Seguro Social, Política Habitacional, Paro Forzoso y Sindicato, se me van casi cuarenta mil bolos quincenalmente, ah, y en el préstamo que saqué el año pasao pa celebrale los quince años a “Bebé”, me falta que jode pa terminá de pagarlo.

––Ay pure, pero esa rumba tuvo pasá e fina, chévere y burda e cartelúa, hasta mi mamá se arrebató vacilándose dos tangos, dos joropos y tres pasodobles con el conserje, y dígame eso, mi papá ique bailando rock y caminando de pa trás como Maiquel Yacson–– dijo “Bebé” saliendo de la cocina con una arepa rellena de mantequilla en sus manos.

Minutos después, interrumpiéndose a ratos para prestarle atención a la besadera, sobadera, metedera y sacadera de manos, moqueadera y gritadera de la “No Verla” que transmitían a través de la “Cajita de la Basura”, la señora Juana Gastón elaboró una lista de todo aquello que comprarían al día siguiente en el mercado libre, (libre de controles, porque allí cada quien especulaba como quería y vendía al precio que le daba su real gana).

Y a las siete de la mañana del sábado, agarraditos de las manos, y portando dos bolsas de lona, se dirigieron Pedro y Juana a gastar los cobres. Y en aquel apretujamiento, griterío y malos olores fueron cambiando bolívares por comestibles, chucherías, ropa etc, además de algunas extraordinarias pendejadas carísimas que a los dos o tres días echaban a la basura.

Juana Gastón, mujer de fuerte carácter, después de comprar leche, queso, mantequilla, arroz, caraotas, espaguetis, semillas de girasol para “Pancho” su loro, y perrarina para la perrita de “Bebé”, se detuvo frente a una carnicería.

––Mira ¿tienes lomito?–– preguntó al carnicero, que por tener un defecto en la espalda se parecía a Quasimodo.

––Lomito no, marchanta, lomote. ¿No se lo está viendo?–– respondió el carnicero del puesto de al lado soltando una carcajada.

––No señora, pero tengo lengua, patas, rabo, panza, sesos, costillas, corazón y bofe. ¿Qué va a llevar?–– respondió muy serio el primero.

––Coño José, ¿cómo puedes tener tanta porquería en el cuerpo?–– se volvió a burlar el otro carnicero.

––Ay Pedro vámonos pal coño, esos carajos como que creen que esta vaina es la Radio Rochela.

Y ya en otra carnicería preguntó al vendedor, un portugués que se cubría la cabeza con una gorra del Magallanes, vistiendo una bata con manchones de sangre, luciendo además unos enormes y poblados bigotes donde se podían apreciar algunas goticas de leche que momentos antes se había tomado.

––Mira, ¿a cómo tienes el muchacho cuadrao?.

––A tres mil quinientus buleivares, barateico pra vocé reina quereida, precioisa y hermoisa du meu corazao.

Juana, poco dada a la confianza con personas desconocidas, se colocó ambas manos en la cintura, y echando cuerpo y pescuezo p’lante le respondió:

––Mira portugués, ¿tú sabes como es la vaina?, que primero no soy ninguna reina querida, hermosa y preciosa de tu corazón, falto e respeto. ¿Tú cómo que crees que yo jugué gárgaro contigo, que patinamos juntos en Los Próceres en las Misas de Aguinaldo, o que nos montamos en el mismo carrito chocón en el Coney Island?. Y segundo, tú lo que eres es un ladrón, esa vaina no cuesta tres mil quinientos bolívares, te voy a denunciá desgraciao.

––Mere señuira, nu se punga braiva, la cuisa nu es pra tantu, ademais: ¿vocé cumu que creie que esta mercanceia me la regala el gubiernu?. Se nu quere cumprarla entuinces cuma sardeiña.

––Yo como lo que me da la gana no joda, y además, límpiate esos bigotes portugués cochino, pareces un becerro pegao e la teta e la vaca.

––Coño Juana, por favor ¿si?–– le dijo Pedro dándole un jalón por el brazo. Luego, frente a una venta de ropa atendida por un árabe, Juana, después de ver, tocar, palpar, estirar y tender algunas prendas, preguntó al vendedor:

––Mira ¿A cómo tienes estas pantaletas?.

Con voz que parecía el vuelo de un cigarrón, el árabe respondió:

––Barata barchanta, a brecio de ganga, quinienta bolívara.

––¿Y estos sostenes?.

––También barata, a ochocienta bolívara. Abrovecha la ganga barchanta.

A Juana le pareció justo el precio, pero aún así no se decidía a hacer la compra, y ante aquella indecisión el árabe le preguntó muy respetuosamente:

––Antonce barchanta, qué le bongo ¿las bantaletas o los sostenes?.

Juana malinterpretando aquella propuesta se sintió ofendida, frunció el ceño, dirigió una fulminante mirada al Tutankamón aquel, y ya se disponía a hacerlo blanco de su venenoso vocabulario cuando Pedro le dijo bajito:

––Si vas a seguí con tu peleadera me voy pal coño y te dejo toda esta vaina.

Ante aquellas amenazas, a Juana se le disiparon los nubarrones de tormenta que bullían por su cerebro, acordándose de pronto que su hija mayor tres días antes le había regalado dos pantaletas, y tomando otro sostén en sus manos, le dijo al árabe que ya metía en una bolsita plástica las otras prendas:

––No, mira, mejor quítame las pantaletas y me pones los sostenes.

Una señora evangélica vistiendo una falda blanca que le llegaba un poquito más abajo de los tobillos que en ese momento pasaba por allí, le dirigió una severa mirada y murmuró en voz baja:

––Pecadora, que el Señor te reprenda.

Pasaron después Pedro y Juana a otros puestos donde compraron crema dental, jabón de tocador, detergente para lavar, cloro, cera, papel higiénico, azúcar, servilletas, sal, café, papas, yuca, zanahorias, remolacha, berenjenas, frijoles bayos, lentejas, arvejas, caraotas, sardinas, diablitos, espaguetis, guayabas y piñas, aprovechando la ocasión para desayunarse

cada uno con tres empanadas de oreja de cochino y un vaso de jugo de papelón con limón. Sin embargo en cada uno de aquellos puestos dejó la señora Juana inolvidables muestras de su fuerte carácter y propensión a la discusión. Pero lo peor estaba por venir, y se hizo presente cuando más tarde, alegando haber recibido novecientos gramos en vez de un kilo de mortadela que había comprado, le reclamó grosera y airadamente al charcutero:

––Mira desgraciao, ¿por qué carajo si yo te pagué mil seiscientos bolívares por esta vaina, tú me pesaste novecientos gramos?. Así que toma tu piazo e mortadela y devuélveme mis riales, abusador, especulador, ladrón, te voy a mandá preso porque tienes el peso alterao, hambreador.

––Vea puesh, ahora shi me juñí yo con ehsta eñora, yo le endí eshactamente un kilito ien peshaíto y no noecientosh gramosh como ushté eshtá iciendo, vaya–– respondió el vendedor con acento colombiano.

––Mira colombiano cachaco, ¿tú sabes como es la cosa? que yo pesé esta vaina en otro lao y me faltan cien gramos, así que me vas devolviéndo mis riales o me busco un policía.

El reclamo de Juana, cada vez más fuerte, originó que se llenara de curiosos el lugar, y como salido de la lámpara de Aladino, apareció un policía.

––Buenos días ciudadana. ¿Cuál es el problema?

––Guá, que a ese muérgano le compré un kilo de mortadela pero me pesó novecientos gramos, ese gran carajo tiene el peso envenenao.

––Okey okey, pero las groserías están demás–– dijo el policía, y volviéndose al charcutero le preguntó en voz alta al tiempo que lo apuntaba con el rolo.

––Mira Colombia ¿y tú que dices de esa vaina?.

––Oiga paishita, esha eñora eshtá equiocada, yo le endí eshactamente un kilito, shi le faltan cien gramosh debe sher porque she los jartó con una canillita e pan. No le haga casho a esha eñora paishita, que se vaya con su peo pa otro lao, vea puesh.

––Sin groserías ciudadano ¿okey? ––dijo de nuevo el municipal, añadiendo:

––Esta vaina la vamos a resolver de la siguiente manera señora. ¿Dónde está la mortadela que le compró a este carajo?.

––Aquí está–– dijo la señora Juana mostrando una grasienta bolsita plástica. El policía la tomó entre dos dedos, y volviéndose al vendedor le dijo:

––Ahora pésame esa vaina ahí, y si la ciudadana tiene razón, te garantizo que te llevo carajo aunque sea arrastrao, preso pal Comando.

Con manos temblorosas, más chorreado que liceísta en un examen final, o como palo de gallinero, el hombre colocó la bolsita en el peso y aquella sabia decisión del Salomón uniformado le dio la razón a la señora Gastón.

––Ladrón, especulador, sucio, hambreador, amapolero, tracalero, fumón, cocalero, marihuanero–– gritaba a todo gañote la muchedumbre.

––Dale un tiro, dale unos palos, llévatelo preso policía–– dijeron otros.

––Ese carajo lo que merece es que lo linchen–– gritó un gordito brincando como un canguro y levantándose en la punta de los pies por lo retaco que era.

––Que lo linchen, que lo linchen, que lo linchen–– corearon a gritos unas muchachas que lo rodeaban.

––Ciudadanos, ciudadanos, por favor, aquí la única autoridad soy yo, por lo tanto, no voy a permitir más vulgaridades en esta vaina, y las ofensas y las amenazas están demás, y vayan circulando porque esta vaina se acabó, ¿okey?. Y tú, choro el carajo–– le dijo al charcutero ––trancas el negocio y te vienes conmigo pal Comando. Y ve preparando ese culo porque allá te vamos a roliá pa que no seas ladrón, gran carajo, y me le devuelves los riales, o me le completas el kilo a la ciudadana.

Y agarrado por el cuello de la camisa salió el charcutero rumbo al Comando Policial llevado casi a rastras por el muy eficiente y educado gendarme.

En ese momento se hicieron presentes dos reporteros, uno de ellos, micrófono en mano interrogó a la señora Gastón:

––Señora, señora por favor. ¿Nos puede informar que fue lo que le sucedió?.

Y frente a una cámara de televisión y un numeroso público, aquella “Doña Bárbara” contó todo cuanto le había sucedido, pero no se quedó allí, sino que arremetió después contra todos los poderes del Estado, el Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, el Moral y el Electoral.

––Es que aparte de la especulación a la que nadie le pone freno–– gritaba–– el gobierno nos está matando de hambre, el pueblo ya no tiene ni para comer, usted va al mercado con cincuenta, setenta o noventa mil bolívares y lo que lleva pa su casa en cuatro bolsitas no alcanza ni pa una semana. Todo está por las nubes, todo está carísimo, los riales no alcanzan porque los sueldos de los trabajadores están por el suelo. Aquí los únicos que comen bien son los políticos, del presidente pa abajo, los ministros, los gobernadores, los alcaldes, los jefes civiles, los militares y los congresistas, todos ellos están forraos en billetes, tienen casa hasta en el extranjero. Y mientras dicen que Venezuela es un paraíso, se van de vacaciones pa Mayami y mandan a sus hijos a pasiá pa Disneyguor y a estudiá a los mejores colegios y universidades de allá, de los Estados Unidos. Y hasta pa sacase una muela, curase una diarrea, un dolor de cabeza o un catarro, se van pa los mejores hospitales y clínicas de Europa, mientras que nosotros los pobres tenemos que comé perrarina, y conformarnos con llevá a nuestros hijos al Parque El Pinar, Los Chorros, al Parque del Este, al del Oeste, al Zoológico de Caricuao, al balneario de Camurí Chico, Macuto o Catia La Mar. Y cuando nos enfermamos tenemos que calanos una cola en el Seguro Social que no sirve pa nada.

Ya no se puede viajá pa ninguna parte porque un viaje en autobús pal Guárico, sale más caro que lo que costaba un viaje en avión pa Puerto Rico hace diez años. Figúrese usted que yo tengo como siete meses que no veo a mi mamá que vive en Los Andes porque no nos alcanzan los riales para viajar hasta allá. Fin de mundo señor. Nunca antes los venezolanos habíamos padecido tanta hambre, y tantas necesidades como la que estamos pasando ahora. Vea usted, trajimos setenta mil bolívares y todo se nos fue en estas dos bolsas de mercado. ¿Y de quién es la culpa, ah?, de este gobierno que nos tiene convertidos en fakires. Menos mal que ya vienen las elecciones pa sacarlos de Miraflores. Antes con A. D. se vivía mejor...

––Ponte a creé.

––Yo te aviso chirulí.

––Tú lo que estás es loca y enferma.

––Los únicos que vivían mejor con A.D. eran los presidentes, sus barraganas y su malandraje–– se le oyó gritar a algunas personas.

––Sí, es verdad, la señora tiene razón, todo esto es culpa del gobierno–– dijo una señora elegantemente vestida que parecía una vendedora de joyas por la cantidad de relucientes prendas con las que se adornaba, interrumpiendo la conversación que sostenía a través de un diminuto teléfono celular.

Concluida aquella especie de Rueda de Prensa los reporteros se retiraron, la muchedumbre se dispersó y los esposos Gastón regresaron a su casa.

––Coño Juana–– le dijo Pedro batuqueando con furia una bolsa contra el piso––contigo no salgo más nunca ni a misa, ni a la esquina ni a pedí prestao, todo el tiempo es una discusión, un peo, una peleadera. De vaina no me caí a coñazos con el vendedor de plátanos cuando se ofendió porque tú le dijiste que se los metiera por donde no le da la luz del sol. ¿Qué vaina es esa Juana?, tú misma estás cansada de repetirlo, la vaina está jodía vale, jodía.

––Bueno coño, sería lo último que ahora vayamos a pelear tú y yo, ayúdame a guardar toda esta vaina.

La nevera y los gabinetes de cocina los pusieron medio ful. Una matica de claveles, dos sostenes, dos interiores, dos pares de medias, un elefantico de yeso, un pequeño ramillete de flores plásticas, un radiecito de baterías, un C. D. de Fernando y Seferino, uno del grupo Malandro y otro de Rafa Galindo fueron a parar a otro lado.

––Coño Pedro en esta pendejaíta se nos fueron setenta mil bolos.

––Bueno pero por lo menos tenemos la “papa” segura.

––Para ocho o diez días, y dígame esa vaina, este mes trae treintiuno.

Lentos, y angustiosos transcurrían los días, y ya faltaban cinco para concluir el mes cuando de nuevo comenzó el llanto de los esposos Gastón.

––Ay Dios mío. Santa Bárbara, Santa María, cualquiera de ustedes, haga que estos cinco días pasen volando–– imploraban casi a diario Pedro y Juana.

––Mira Pedro, hasta que vuelvas a cobrar te llevarás de almuerzo unos macarrones, no con pollo, sino con salsa de tomate, y una arepita con mantequilla porque fue lo único que quedó. Y cualquier vaina le pido prestado al compadre Jacinto, que gana casi lo mismo que tú, y que tiene cuatro muchachos estudiando, en vez de tres como nosotros, dos de ellos trabajando, no sé cómo les alcanza el dinero, será que comen una vez al día.

––Lo que nos echó a perder la vaina fueron ese 047, 178, 281, 394, 646, 181, 942 y 957, les metí doscientos bolos a cada uno en Caracas, Táchira y Zulia durante nueve días seguidos, y los grandes carajos no salieron ni de vaina.

––Ay Pedro no te quejes, yo también perdí con la serie de los 20, la jugué al revés y al derecho durante una semana pa todos los sorteos de Caracas y Táchira, y nada que ver, con la pendejaíta se me fueron veinte mil bolos.

––Pero lo más arrecho es que ni en el Kino, el Triple Gordo, el Super Cuatro, el Loto Quiz los raspaítos, nos ganamos un carajo. Y si fue en los caballos, seis cuadros de cuatro mil bolos cada uno, y de vaina metimos tres burros en todos ellos. Y pa completa, los veinte mil bolos que llevamos pal hipódromo, allá se quedaron.

––Pero también la gran carajo de “Panchita”, me dejó mal, todos los días comprando ese piazo e periódico pa nada. Que mala suerte Pedro. ¿Pero pa que se hicieron los riales?. ¿No se hicieron pa gastalo?. Anda, échate un palo e ron o tómate una cerveza.

––No hombre Juana, esa vaina se acabó la semana pasada, porque coño, tres cajas de cerveza y dos litros de ron no alcanzan pa un carajo.

––Pero lo que más me preocupa Pedro, es que el director del liceo volvió a amenazar a “Bebé” con no dejarla entrar si no llevaba el uniforme. Ya van tres veces que el bicho ese anda con su fastidio. ¿Qué de malo tiene que esa niña vaya al Liceo con el vestido de tul y tafetán y los zapatos de tacón alto que estrenó el día de su cumpleaños?. El bicho ese le tiene la vista puesta.

––¿Y cuánto cuesta esa vaina Juana?.

––La chemís cuatro mil bolivares, la falda ocho y los zapatos doce.

––Coño Juana esa vaina está muy cara. ¿No se le podrá conseguí unos usados de esos que venden en Pepe Ganga o en la Quinta Leonor?.

––Bueno, voy a ver, y no me cansaré de repetirlo, este gobierno nos está matando Pedro, nos está matando. Pero creo que la próxima quincena será mejor, estoy soñando con un gallo que persigue a una gallina, y con la perrita de “Bebé” que sale preñá del perrito del apartamento de al lado, y según el librito de San Cono esas vainas son el 000, el 094, el 117, el 294, el 983, el 465, el 408, el 712, el 685, y el 362, cuando cobres los jugaré todos los días.

––Pero por si acaso tengo tres líneas y cuatro imperdibles que me dio mi jefe pa las carreras del domingo. Esos caballos no pierden Juana, porque van a corré con unos burros. Ahora sí que estamos resueltos chama, ahora sí que estamos resueltos. Y cuando tengamos ese rialero mandamos a “Bebé” a estudiar a Guasinton, y a que pase sus vacaciones en Mayami. De repente por allá conoce a algún gringo podrío en rial, se enamoran, se casan o se empatan, y después todos nos ponemos a valé.

––Ay, Dios te oiga Pedro, Dios te oiga, porque por aquí no hay vida pa ella con esa cuerda de limpios, pobres diablos y tierruos que tiene de amigos.

Llegó el tan ansiado fin de mes. Pedro cobró su quincena. Otra vez fueron al mercado y Juana discutió y peleó mejor que nunca. Hasta se molestó con unas evangélicas que insistentemente trataron de venderle “El Despertar” y “Atalaya”. Pero, ¿Qué pasó después?. Que los burros cruzaron la meta mucho antes que las líneas y los imperdibles de Pedro que llegaron, como dicen “los que saben de caballos”, detrás de la ambulancia. El gallo pataruco de Juana jamás pudo alcanzar a la gallina que más bien parecía un correcaminos, y en cuanto al embarazo de la perrita de “Bebé”, nada de nada, porque “Nena”, que así se llamaba el animalito, adoptó el mejor y más infalible método anticonceptivo, le dijo en su lengua perruna: “Yo te aviso chirulí”, al perrito del apartamento de al lado que se quedó con el greñero hecho.

Pero algo de cierto tenían los sueños de Juana Gastón, porque a las pocas semanas observó que “Bebé” estaba engordando de una manera bastante sospechosa a pesar de que era medio anoréxica y un pajarito para comer. No obstante “Bebé” a pesar de su gordura continuó estudiando en el liceo que funcionaba provisionalmente desde hacía más de trece años en la planta baja del bloque donde vivía. Se iba casi todos los fines de semana con un “amigo” a pasear para El Junquito, El Pinar, Los Chorros, el Parque del Este y el Zoológico de Caricuao. Y cuando no, se enrumbaba para el litoral donde le daba por broncearse en Camurí Chico, Macuto, Naiguatá, Los Cocos, Playa Pantaleta, Playa Bikini y Los Caracas.

Días después se repetía la misma novela, y el mismo “jugando a ganar”.

––Epa Juan. ¿Tú no sabes si depositaron?.

––Sí mano, hace como una hora.

––Coño chamo menos mal, porque estoy pelando.



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