jueves, 28 de febrero de 2013

DRAMAS DE LA VIDA REAL


Llega usted bobito de sueño a su casa a las 9:10 de la mañana luego de una agotadora y casi interminable jornada de trabajo nocturno que por pedido de su jefe tuvo que cumplir para que le cuadrara el asunto ese de la declaración de impuestos. Ya se ve tendido sobre su cama cuando su esposa le dice:


—Menos mal que llegaste chamo, voy saliendo, regreso como a las 6, voy a casa de mi mamá que está un poco descompuesta, la niña te está esperando, te tiene una noticia grave, ah, en la cocina te dejé dos arepas y café con leche y en la nevera hay jugo de guayaba, chao— le dice ella y sale a millón no sin antes estamparle tremendo beso en el cachete como si usted fuera un simple amigo, un vecino un conocido o un ex compañero de trabajo y no su esposo. Con los ojos medio cerrados y medio abiertos se dirige usted a la habitación de su chamaquita y la encuentra llorando.


—Hola cariño, ¿qué te pasa, por qué lloras?— le pregunta.


—Ay papi, es que se dañó el televisor y no puedo ver a Tom y Jerry.




Usted no estudio Electrónica por correspondencia ni en la Hemphill School ni en la Academia Moderna ni en la Americana, como tampoco participó en un curso gratuito de reparación de electrodomésticos en el INCE, pero tiene usted aquello que otros no tienen y quisieran tener, no, no me refiero a lo que muchos estarían pensando, sino en su autosuficiencia y capacidad innata para solucionar cualquier problema por muy grave que este sea lo cual lo lleva a decirle a la chamaquita: —Okey vale, no llores más, no te preocupes, ya verás como este que está aquí— dice usted dándose un golpecito en el pecho como Tarzan— en menos de lo que canta un gallo a las 5 de la mañana te lo arregla.


Y como recomienda la lógica comienza usted por hacer lo que hubiera hecho cualquiera otra persona, es decir, a darle unos golpecitos al aparato para ver si prende pensando que el desperfecto se debía a un bichito o cablecito suelto, pero para su preocupación el aparato sigue igualito, estaba como viejito de 80 años, es decir, que no se encendía. Entonces presuroso y jugándole kikiriwiki al sueño baja usted a buscar la caja de herramientas que tiene en su carro, y con esa pesada bicha se tiene que calar a pie los 16 pisos para llegar a su concha porque el ascensor se había dañado hacía tan sólo un ratico. Luego, más fácil que pelá topocho va retirando uno a uno los 20 tornillos de la tapa del aparato para hurgar en su interior y tratar de ubicar la causa de su mal, pero el tornillo número 20, el último estaba más apretado que tuerca de submarino como decía “El Musiú” de La Cavallerie porque se resistía a salir, usted le echa aceite, baba y saliva y nada, pero gracias a su perseverancia logra al fin sacar el bicho luego de deformarle la ranura con 18 coñazos sin contar los 4 que se dio usted en la mano, el puyazo con el destornillador de estrías y de mentarle la madre medio millón de veces.


Alguien que no tenía nada que hacer puya el timbre, usted sale a atender, pero antes se le ocurre meter el ojo por el “Ojo Mágico” pero ni de vaina abre la puerta porque son dos hermanas Evangélicas que vienen a hablarle mucho más que el presidente Chávez en una cadena de radio y televisión. Regresa usted al aparato y observa en su interior, retira y con ojo clínico examina un fusible, toca por aquí, toca por allá, endereza unas piecitas que parecían estar medio dobladas, ajusta algunos cablecitos, aprieta algunos tornillitos y termina limpiando todo con una brochita. Hecho aquello coloca de nuevo la tapa y va metiendo uno por uno cada tornillo que esta vez serán 19 porque el número 20 quedó tan deforme que tuvo que echarlo a la basura, hecho aquello puya el botón “ON” pero que va, tampoco en esta ocasión el aparato se enciende, cree que el problema está en el tomacorriente y enchufa el bicho en su habitación pero tampoco hay vida. Regresa usted con el aparato a la habitación de su hija, lo monta sobre la peinadora y… sorpresa, descubre usted algo más importante que lo descubierto por Cristóbal Colón el 12 de octubre de 1492, y no grita ¡tieeerraaa! como Rodrigo de Triana sino una grosería más fea que la morgue del “Pérez de León” porque aquel fusible que había retirado estaba sobre la peinadora, al olvidar usted colocarlo otra vez en su lugar había quedado por fuera como la Guayabera. Pero usted fue educado en colegio de curas y no se le ocurre decir más vulgaridades conformándose con echar pa afuera nada más que 6 mentadas de madre, retira esta vez cada uno de los 19 tornillos de la tapa del aparato, saca la tapa, coloca el fusible en su lugar, pone la tapa y le vuelve a meter sus tornillos.— A la tercera va la vencida— dice, y puya el botón “ON” pero nada, el aparato como si no existiera, y oye a su hija preguntar:


—¿Ta listo papi, puedo ver Tom y Jerry?.


Usted arruga la cara, traga grueso, se arma de valor y le confiesa a su hija que la cosa es más grave de lo que pensaba, que su empirismo, obsoleto y periclitado se estrella contra el mundo súper tecnológico, carteluo y burda e fino del siglo 21 donde sus escasos conocimientos no tienen cabida ni a rempujones por lo anacrónicos que son. Entonces decide ya, sin pensarlo ni una sola vez montarse aquel televisor culón en el lomo, y escoltado por su chamaquita se vuelve a calar por las escaleras pero esta vez afortunadamente en bajada los 16 pisos con el fin de llevárselo al radiotécnico que si sabe de esas cosas porque es su especialidad y porque cuando chamo, en vez de estudiar bachillerato para después hacerlo en la USB (Universidad Sentral de Benezuela) o en la UCV (Universidad Cimón Volivar) o como usted, en un instituto universitario, se le ocurrió meterse un curso de electrónica por correspondencia en la Henpil Escul, lo que le permitió ganar más que un cirujano plástico o cardiovascular, gracias a que hay mucha gente que se preocupa más por la salud de su televisor y su equipo de sonido que por la suya. Al llegar a planta baja la conserje le dice que porqué no utilizó el ascensor que había sido reparado hacía apenas 10 minutos, usted reprime otras 12 mentadas pero no precisamente de menta y le dice a la conserje que bajar 320 escalones con un televisor en el lomo le producía un infinito placer, y que era además muy recomendable para su salud física y mental. Llega usted al estacionamiento sudoroso y cansado, mete el televisor en el asiento trasero de su carro y arranca a millón.


Ya en el “Joe’s Electronic Diagnostic” que así era el nombre del taller, o más bien la chivera donde quizaás le reparen el aparato, logra ver hasta 16 televisores, 11 equipos de sonido, 8 VHS y un viaje de DVDs de diferentes tamaños, marcas y colores todos completamente descuartizados unos sobre otros formando cuatro enormes montañas de chatarra electrónica en increíble y perfecto equilibrio.


Sin que nadie le pregunte porque toda su vida ha sido un pepa asomá, le dice al técnico lo mismito que le dijo a su hija, que el bicho no prendía, cosa que por supuesto no le fue difícil adivinar el radiotécnico y a quien le promete pagarle un poco más si lo reparaba ese mismo día. El tipo chivuo, fumando y tomando cerveza le dice que hará todo lo posible y que lo llamará por la tarde para darle el monto de la reparación, pero que de momento se apeara de la burra con los 20 bolos por concepto de revisión. Usted complace al tipo con los 20 bolos, y alegre le suministra el número de teléfono de su casa para que el lo llame y le de buenas noticias antes de que anochezca. Regresa, y gracias a Dios sube en el ascensor hasta su apartamento y como buen padre permite que su pequeña hija se apodere de su televisor y se queda usted con las tremendas ganas de ver el séptimo y último juego de la serie mundial de beisbol de grandes ligas entre los Chigüires de Chicago y los Cachicamos de Nueva York, en el que el manager, el pitcher y el Short Stop de los Chigüires serían los venezolanos Oswaldo Guillén, Rafael “El Zurdo” Izquierdo y Pedro “Azuquita” Salazar respectivamente. Pasadas las 2 de la tarde, en plena hora del burro usted, muriéndose de sueño le dice a su pequeña hija que le preste un momentico el televisor para ver como marchaba el juego que debió haber comenzado 20 minutos antes, pero que va, su querida hija no presta lo que no es suyo. A las 3:15 usted insiste con su hija pero esta vez ofreciéndole un chocolate, pero aquella criaturita de 8 años no cede ante el chantaje y se pone más dura que sancocho e pato con gallo. A las 4 suena el teléfono, Aleluya es el radiotécnico, diciéndole que la reparación del aparato le costaría 80 bolos, que si estaba de acuerdo que lo pasara recogiendo a las 5. Usted se alegra y salta de contento, porque claro, no sólo pagaría con gusto aquellos miserables e insignificantes 80 bolos sino que también, como le había prometido al radiotécnico, le regalaría 10 bolos más por mostrarse tan diligente y honesto, porque seguro que otro le hubiera cobrado más de 100. Adiós serie mundial dice, pero nadie me impedirá ver “Psicosis” que pasarán a las 9, y luego “Los Pájaros” a las 11 de la noche por el canal 562. Pero usted se traiciona porque realmente se muere, y si no se muere, daría la vida por saber cómo marcha el juego de beisbol e insiste con su pequeña hija, esta vez ofreciéndole además del chocolate, dos galletas Samba, dos Cri Cri, una chupeta, una dona, un bolibomba, una cajita de chicle y un refresco, una malta y una cerveza.


“Dios concede la victoria a la constancia” dijo nuestro Libertador. Sabias palabras. La carajita tenía su precio, cede, se rinde y ahora es usted el único e indiscutible vencedor. Inmediatamente, antes de que la carajita se arrepienta agarra el control y busca el canal 112 donde están transmitiendo aquel juego que según sus cálculos estaría por el 7° inning, y que nadie que se precie fanático del beisbol dejaría de ver. Pero aaaaayyy, el juego había terminado 3 minutos antes con el triunfo de los Chigüires 1 X O sobre los Cachicamos que quedaron en el terreno en el mismo 9° inning cuando con dos outs “Azuquita” Salazar “se fue pa la calle” estando en cuenta de 2 estrais y cero bolas y por el magno picheo de “El Zurdo” Izquierdo que alzado en la lomita le había propinado a aquellos Cachicamos nada más y nada menos un no hit no run. Usted, al enterarse de aquello le entran incontrolables ganas de lanzar a la carajita por el balcón, pero recuerda que estudió en colegio de curas, que sabe dominar sus impulsos criminales y sólo se le oye murmurar:


—Con razón el escándalo y el corneteo que había escuchado precisamente hacía tres minutos no era una protesta en contra del gobierno, sino de un gentío alegre, jodedor y bebedor de caña que festejaba las hazañas de aquellos tres venezolanos, y ya resignado digiere aquella impune arrechera cantando:





“Toy contento yo no sé qué es lo que siento.


Voy saltando como el río como el viento”.






Pero bueno, la vida se desliza y el mundo se resbala, y a las 4:15 llevando a la


Chamaquita de compañía sale en busca del televisor que seguro debió haber quedado como una pepa. Dando y dando como un programa de VTV, recibe usted el televisor y cancela los 80 bolos de su reparación, pero no se queda usted ahí, sino que haciendo honor a su palabra le da una propina de 10 bolos al radiotécnico que le dice: —Esta es la pieza que tenía dañada, un componente AD-PJ-MUD-20UNT-12-PSUV, me costó mucho encontrarla, tuve que ir a la Sharp donde de vaina tenían una sola, usted sí que tiene suerte caray— y le entrega a usted aquella piecita dañada, un bichito más chiquito que una lenteja, o una pastilla anticonceptiva causante del desperfecto de su TV. Como usted no entiende ni tiene por qué entender nada de aquello, porque, además de ser un flamante TSU en Administración de Empresas cosa de lo que se siente soberanamente orgulloso, es también un extraordinario súper pendejo de los millones que habitan este mundo que cree todo lo que el tipo le dijo, le estrecha la mano, obliga a su hija a que le dé un beso en el cachete a aquel tipo feo y chivuo que no se bañaba desde hacía dos días, se despide de él y regresa a su casa más contento que’l carajo. Entra a su edificio y se coloca ante la puerta del ascensor, no vaya a ser que venga un vivo o una viva con toda su familia y se le colee. El ascensor estaba en el piso 22, y usted ve cómo se van encendiendo los bombillitos verdes de los pisos a medida que el bicho bajaba, 20, 18, 16, 14, 12, 10, 08, 06, 04, 02. Pero otra película de terror está usted por ver, porque el ascensor, como el vagón del Metro, el ferrocarril, el autobús, la buseta, el carrito por puesto pirata, el taxi, la ambulancia, la patrulla, el carro de bomberos, el camión del aseo o la furgoneta de la morgue que ya venía a llevárselo a usted, súbitamente se queda estacionado, paralítico, paralizado, estático, detenido, parado, inmóvil, quieto, inerte, inoperante, incapacitado, yerto, inactivo, frenado, muerto, tieso como pata de perro envenenao etc, etc precisamente allí en el piso 2 y no quiso seguir bajando. Llega la conserje y dice que lo apagará porque otra vez se volvió a dañar. Usted entonces se vuelve peor que don Ramón después de haber sido abofeteado por doña Florinda y de que su hijo Kiko lo empujara y lo llamara chusma por una travesura que no hizo usted sino El Chavo, el escuálido y feo carajito que vivía en un pipote como el filosofo Diógenes. Respira profundo como si le fueran a hacer una radiografía de los pulmones, se calma, se serena, se sociega, lentamente cuenta hasta 2, pone a trabajar las 4 neuronas que le sobreviven y ya piensa ejecutar los siguientes planes:


Plan “A” Calarse otra vez los 320 escalones con el aparato en el lomo.


Plan “B” Decirle a la conserje que se lo guarde hasta que reparen el ascensor.


Plan “C” Montarle el aparato en el lomito a su hija para que sea ella quien lo lleve, porque una cosa es obvia, el aparato es de ella.


Plan “D” Pagarle 10, bolos a la conserje para que se lo suba hasta su casa.


Plan “E” Batuquear el aparato y salir de aquel rollo donde se había metido.


Pero de pronto medita, piensa y reflexiona. Con el Plan ”A” estoy más que resuelto pero quedó casi a a punto de infarto. Con el Plan “B”, los carajitos de la conserje me pueden dañar el aparato y no se van a hacer responsables. Con el “C” la niña tardaría más de un año en transportar el aparato hasta la casa, además, podría dañarse la columna, crearse problemas en su desarrollo y crecimiento y me podría agarrar la LOPNA. El “D” no funcionó porque la conserje no quiso echarse esa vaina por menos de 100 bolos. Con el Plan “E” también problema resuelto, pero no sólo pierdo los 600 bolos fuertes que me costó el bicho y el monto de la reparación, sino que, la chamita, al quedarse sin televisor, se apoderará del mío, y no podré ver ni “Psicosis” ni “Los Pájaros” ni nada. Y ante tan delicado, patético y grave dilema no le quedó otra cosa más encantadora que poner en ejecución el Plan “A”.


Y lento como una pereza levanta un pie y lo coloca en el peldaño siguiente, luego hace lo mismo con el otro y cada vez que hacia esto sentía un temblor en las piernas, parecían de gelatina, pero como usted arde en deseos de llegar a su casa deberá repetir eso mismo un montón o un viaje de veces y recuerda a Gus y a Jack, los ratoncitos panas de Cenicienta, que también se calaron como mil escalones de una larguísima escalera, pero no transportando un televisor, sino con una llave más grande que ellos para ayudar a la linda chama a escapar de donde la había encerrado su madrastra, la bicha aquella maluca y fea que quería impedirle que se midiera la zapatilla de cristal y casarse con su príncipe.


Ya en su casa mete usted el macho en la hembra, o lo que es igual, porque ya estaba hablando como un electricista, el enchufe del TV en el tomacorriente. En ese momento llega su esposa que escucha un: “que vaina no joda” salida de su sucia bocota, ella corre al cuarto donde están usted y su hija y le dice:


—Epa vale ¿qué pasa, que vulgaridades son esas delante de una niña?.


Usted se disculpa, y para no preocuparla le cuenta nada más que una pequeña parte del drama que le ha tocado vivir. Entonces ella, empinándose una Pepsi familiar, y envolviéndolo en una bobalicona sonrisa como la de Carmona cuando se autoproclamo como presidente de Venezuela, le dice:


—Ay mi amor, olvidé decirte que esta mañana, pasando la pulidora, le di un golpecito al tomacorriente, el bicho sonó feo, así puuun, echó tremendo chispazo y salió un humito, saqué a la niña a millón. Se jodió el bicho fue lo primero que dije, pero agarré una extensión, la enchufé en la sala y el aparato prendió como una pepa, con razón no te prende ni te prenderá hasta que no cambies el tomacorriente dañado, y alégrate la reparación te va salir gratis, anda quita ese bicho dañado y pon este que se me ocurrió comprar en Epa.


Al escuchar lo dicho por su buena mujer usted siente como si le penetrara al cuerpo un corrientazo de unos cuantos miles de voltios que lo zarandea de aquí p’alla y de allá p’aca, está a punto de convertirse en Nerón, en Calígula, en Atila, en Herodes, cree que le restan poquitos minutos o segundos de su condición de hombre casado y de quedarse viudo, no porque le va a dar un infarto o un ACV a su esposa, sino porque observándola a ella, esboza una sonrisa, pero no como la de su mujer imitando a Carmona, sino como la de la Gioconda, se levanta de la cama de la niña donde había estado sentado, mete la mano en la caja de herramientas y saca el martillo más grande y pesado semejante a una mandarria; un cincel; un taladro con una mecha más gruesa y grande que un macarrón; un serrucho; una segueta; el destornillador de estrías; el alicate de presión y la remachadora, con todo eso se dirige a la cocina donde agarra el cuchillo más grande, un bicho que parecía un machete mata cochino y dos enormes bolsas plásticas de las usadas por la conserje para meter la basura. Todo aquello lo empuña usted fuertemente en sus manos ocultándolos tras la espalda, y lenta y calladamente como un zombie, un muerto vivo, un robot, un autómata, un bicho de hierro y aluminio, una vaina así como Terminator o Robocop con ojos rojos rojitos se dirige al balcón donde su esposa, de espaldas a usted moviendo el esqueleto p’allá y p’acá cantaba una salsosa melodía que por los años 80 pusieron de moda Rubén Blades y Willy Culón que decía:






Y Pedro “Navaja” puñal en mano le fue pa encima


el diente de oro iba alumbrando cual avenida


miéntras reía el puñal le hundía sin compasión…”






Cuando de pronto usted, antes de hacer lo que tenía planeado hacer, piensa::


En los 960 escalones que subió y bajó con o sin TV y caja de herramientas.






En los 20 bolos por concepto ique de “revisión” del aparato.


En los 80 bolos que pagó ique por su reparación.


En los 10 bolos que le regaló al, honesto, diligente y ladrón radiotécnico.


En los 25 bolos que gastó en chucherías para chantajear a su hija.


En no haber visto el jonrón de “Azuquita” Salazar y el no hit no run de “El Zurdo” Izquierdo.


Y después, con una siniestra sonrisa y una horripilante, maligna, penetrante, satánica, diabla, luciférica, luzbélica, diabólica mirada, la muerte reflejada en sus negras pupilas y la esclerótica encendida de sangre así, como los ojos del Conde Drácula antes, en el momento y después de meterle los colmillos de hiena por el cogote a la mujer que dormía con las ventanas abiertas, continúa usted caminando lenta, tortuga, perezosa y morrocoyamente hacia el balcón donde está su mujer, la madre de su hija, la dama a quien usted, primero ante la mirada severa del jefe civil, y después frente a la cara de idiota del cura que los casó, le juro fidelidad y respeto aún después de muerta ella o usted.


Luego, su hija desde su cuarto oye la voz de su mamá que decía:


—¿Qué pasó mi amor, cambiaste el tomacorriente?.


—¿Qué te pasa Luis, porqué tienes esa cara, tú cómo que estás bravo?.


—¿Qué tienes allí escondido Luis?.


—¿Luis que vas a hacer con ese perolero?.


—Por el amor de Dios Luis ¿te volviste loco chico?.


—Ay vale, deja la cosa que ya me estás asustando.


—Luis, la niña te está viendo.


—Luis, ¿quieres que te traiga una cervecita?, espérame aquí, ya vengo ¿sí?, no te vayas a ir, eres capaz de irte.


—Luis, Luuuiiss, suéltame chico que me duele.


—Bájame vale, bájame, tú no puedes conmigo, yo peso mucho.


— Luiiiisss, Luis, Luiiiiiiiiiiiiiiiiiiiissssssssssssssss.


—Y un segundo antes de que usted y su esposa salgan volando por el balcón como guacharacas o como Superman, oye a su pequeña hija decir:


—¿Papi, papi, ya puedo ve a Tom y Jerry?.

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