jueves, 28 de febrero de 2013

EL PRESUPUESTO



Como fiel creyente de todo cuanto le dicen por TV, la prensa y la radio el doctor fulano o la doctora zutana egresados de Harvard, Yale,  UCV, UCAB, USM, etc, etc, expertos en economía doméstica, usted, luego de devorar  los 6 periódicos que compró ese domingo elabora la correspondiente lista de todo aquello que piensa y debe comprar anotando el precio de cada artículo que le mostraban los 18 y multicolores encartados de un sinfín de  automercados que promocionaban, informaban y ofrecían casi lo mismo. Pero por supuesto, usted no es un botarate, usted se ajustará estrictamente a cuanto tiene en la cartera, y en base a eso hace su presupuesto que también, previa y de forma minuciosa elaboró de acuerdo a lo recomendado por toda aquella élite de connotados sabios egresados de la Facultad de Economía de su universidad. 

—Te das cuenta burro peluo que para hacer las cosas bien hay que asesorarse con los expertos, así es como deben hacerse las cosas, y no como las haces tú, que cuando vas al mercado, al abasto a la bodega no traes nada porque no sabes comprar, todo el mundo te engaña y te dejas robar de la manera más pendeja. Estos tipos profesionales saben mucho de esas cosas, y todavía hay gente ignorante que dice que la televisión no sirve pa nada. Eso es lo que tú deberías ver y no “Aló Presidente”, béisbol y esas películas porno que llaman Carne con Papa— le dice usted a su marido que aguanta aquella andanada de críticas como muchacho regañado.

Después de aquella magistral conducta que tuvo usted para con su esposo, sale rumbo al flamante supermercado. Pero porsia, se encaleta usted 20 bolos adicionales, no sea que en el trayecto se incrementen los precios. Llega usted a aquella moderna, gigantesca y lujosa pulpería o bodeguita y comienza a pasearse por todos y cada uno de los pasillos limpiecitos y relucientes de brillo como el pasillo central de una iglesia por donde va a pasar la novia toda vestida de blanco como una santera o una enfermera, y radiante como plancha de cinc de rancho a pleno mediodía, enganchada del brazo de su papá rumbo al altar, y por donde veinte minutos más tarde regresará enganchada de un tipo elegantemente vestido de negro pero que no es nada suyo, que no lleva su apellido, (y si lo lleva es por pura coincidencia), que pertenece a otra familia, que tiene un papá, una mamá, unos hermanos y unas hermanas, unos tíos y unas tías, unos primos y unas primas, unos abuelos y unas abuelas distintos a los suyos, gracias a que un cura, que por pendejadas de la Iglesia Católica será soltero toda su vida, que no tiene o no se le conoce barragana, hijos, suegros, cuñados ni nietos, los declarará a usted y a ese señor unidos en el sagrado vínculo del matrimonio, pasando en un momentico ese tipo a dejar de ser su ex, ex novio, ex marinovio, ex empate, ex barragano, ex pareja, etc etc, para  convertirse con todas las de la ley en su marido, su esposo, su conyuge, su consorte. 
 
Pues bien, y a medida que usted, sonriente tarareando una canción, y saludando a quien conoce y a quien no, como un candidato a presidente, a gobernador, a alcalde o diputado recorre cada pasillo como moviéndose por el cartón de un juego de Ludo, porque cuando no va p’lante y p’rriba, va p’trás y p’bajo, llenando el carrito solamente con aquellos productos que anotó en su lista de compras cuidándose de no caer en tentación, salirse del carril y correr a comprar otras cosas que no necesita por muy bonitas y llamativas que sean o le parezcan. 

—Ya verá el bobo ese de Lalo como es que se hace un mercado, porque hay hombres que vienen a este mundo sólo pa bebé caña, pa jugá caballos, pa hablá pendejadas y pa aquello, pa más nada, y hay otros todavía más inútiles que tienen que pagarle a un electricista pa que les cambie un bombillo bueno por otro quemao.
Casi una hora después con aquel carrito medio full da por terminado su día de compras y feliz se dirige a la caja para ir desvalijando el carrito que va quedando vacío cada vez que retira algún producto que coloca delante de los ojos de la cajera que va puyando las teclas de la caja poniéndole el precio a cada artículo, y después, apearse de la burra.
Chuquiti chuqui piiiiiiii. Chuquiti chuqui piiiiiii. Chuquiti chuqui piiiiiiii, sonaba la caja registradora a medida que la cajera le puyaba las teclas u orientaba el código de barras del artículo hacia un aparatico electrónico que le indicaba su verdadero precio y que también sonaba pero sin el chuqui, solamente el pi. Pero hay algo anormal que comienza a flotar en el ambiente como cuando presiente, intuye que algo malo va a pasar, algo que en un principio no pensó que podía suceder, pero que ahora, gracias a su infalible intuición femenina muy acertadamente ha detectado. Pero usted continúa desvalijando el carrito, la cajera puyando teclas, la caja haciendo chuquti piiiii, el aparatico haciendo piiiiii y un muchacho metiendo las compras en bolsas plásticas. Cancela usted en efectivo el monto de su compra, la cajera le da una factura, algunas  monedas y billetes de baja denominación, viejitos y arrugaitos como un pensionado del Seguro Social que se las regala usted al muchacho caletero que sólo por propinas gana más que la cajera. Y al enrumbarse usted al estacionamiento para salir a millón de allí, su rostro, antes sonriente, alegre y lleno de vida va sufriendo una fea transformación, se metamorfosea, ese rostro es el suyo, claro que sí, pero ahora muy semejante al de Dorian Grey segundos antes de que le metieran en el cuerpo tremenda puñalada que le abrió el cuero como si le estuvieran haciendo la autopsia en la morgue de Bello Monte, en la del Pérez Carreño o del periférico de Catia.  
Ya en su casa, padeciendo de la más bonita, hermosa, bella, linda, preciosa, biutiful, cartelua, burda e fina, revolucionaria, bolivariana, bicentenaria, arrechera, no coloca usted en orden como debe ser, sino que batuquea contra la mesa cajitas, bolsas, latas y frascos como si fueran ellos los culpables de lo que la tiene a punto de infarto.
Traca, suena un pote de Frescavena; traca suena el pote de mantequilla; traca, traca, suenan dos latas de sardinas; traca, suena un pote de leche; traca pun, suenan dos laticas de atún; traca, traca, traca, y un viaje de tracas más y suenan un kilo de sal, un kilo de chuletas, dos de espaguetis, dos de azúcar, dos de caraotas, dos de harina pan, dos de arroz, dos de frijoles, dos de lentejas, uno de quinchonchos, dos kilos de papas, dos de mandarinas, uno de remolachas, uno de zanahorias, uno de tomates, uno de pimentón,  medio kilo de café, un litro de vinagre dos de aceite, dos cajitas de gelatina, dos de quesillo, un frasco de salsa de tomates, una patilla, dos cocos, dos piñas…
—Epa, epa epa, ¿que pasa?, pareces una diabla, ¿porqué esa arrechera, esa cara de cañón disparado y esa tiradera de peroles en la mesa vale? —la interrumpe su esposo.     
—Qué me va a pasá no joda—responde usted súper alterada, temblándole los labios e  incontrolables ganas de destruir, triturar, desaparecer, licuar, pulverizar, matar, revolcar,
 desmenuzar, destrozar, despedazar, descuartizar, torturar, despellejar, asesinar, desollar, masacrar, desgarrar, guillotinar, desangrar, desmembrar, destripar, al primero que se cruce en su camino, —que no pude comprá jamón, queso, aguacate­­ ni vainitas.
—¿Y eso por qué?, peeeerro María no me digas que te robaron, que te atracaron, que se te perdieron los cobres.
—No hombre vale, nada de esa vaina.
 —Bueno, ¿y entonces?.
—Coño fue porque no me alcanzó el dinero— responde usted casi echando candela por la boca como un soplete, y recordando el único libro que ha leído en su vida titulado “Cómo mandar a la gente al Carajo” aprovecha la ocasión para mandar precisamente para allá a todos aquellos “Expertos” en economía doméstica egresados de Yale y Harvard y a los medios de comunicación, y el encartado de cada Súper, como si se tratara de una alfombra mágica de los Cuentos de las Mil y Una Noches lo extiende en el piso de su baño para que su atlético Doberman, su precioso Pastor Alemán, su manchaito Dálmata, su chirriquitico Chihuahua, su enanito Pekinés, su agresivo Pit Bull, su largote Salchicha, su orejuo Coquer, su tierruo y pobrecito Crica o el que tenga, el único ser viviente de este mundo que jamás le verá cara de pendeja, ni la engañará ni se burlara de usted, vomite y haga pupú y pipí en él, pero en el mismo sonriente rostro a full color de la Gerente de Publicidad y Mercadeo del Supermercado cuya foto adornaba todas y cada una de sus páginas.
Media hora después está usted ya recuperada, seguro que no será hoy el día en que su esposo quede viudo, pasó la página, fue como amores de estudiante, como de muchacho tierruo con carajita de la high society, como periódico de ayer como dijo Héctor Lavoe.
Pero lo que faltaba, usted  vive y duerme con el enemigo, porque cuando se encontraba de lo más tranquila y entretenida en la cocina preparando la papa familiar, cantando una bonita canción que decía…

“Gracias corazón por la ternura de tu amor por la dulzura de tus besos y tu voz.
Gracias por lo bien que te me has amado
te recordaré toda la vida.
Y si alguna noche de tristeza y de dolor
me confesaras quie no es mío ya tu amor.
gracias por lo bien que hemos vivido
por lo mucho que has querido
Muchas gracias corazón”

Súbita, y atropelladamente penetra a sus oídos la varonil y melodiosa voz de su Lalo que se encontraba en la sala, echaote sobre uno de los muebles viendo televisión y tomando cerveza, que cantaíto y burlonamente le grita: 

—María, aquí tengo los encartados de Makro, Unicasa, Cada, Éxito y Central Madeirense, y púyalo chama, deja todo lo que estás haciendo pa que vengas a ve la entrevista burda e fina que le están haciendo a la carajita María Teresa Cifuentes “La Perfecta Ama de Casa” y al Licenciado Joaquín Bolívar Baratto ese que llaman el Zar de la Economía Domestica autor del tremendo libro “Como Comprar más por Menos”. Púyalo chama, púyalo, no te la pierdas que no van a repetir el programa.

Al oir todo aquello a usted no le tiemblan los labios, ni la cara, a usted le tiemblan las extremidades superiores, manos, antebrazos y brazos, y clavando con violencia el enorme, puntiagudo y afilado cuchillo de cocina que tiene en sus bellas y delicadas manos en la tabla de cortar tomates, zanahorias, pimentones y todo lo que le dé la gana, aspira pausadamente todo el aire que le puede caber en los pulmones, que luego de expeler también pausadamente, le responde despacito, muy despacito a su amantísimo y querido Lalo Lalito::
—Coño Lalo porfa deja la vaina no joda, no le veo la gracia, mira que hoy es domingo y si ingresas a un hospital vas a morir desangrado porque los médicos y las enfermeras brillan por su ausencia, además, no me haces reir y no me provoques, ¿sí?, si quieres que me convierta en viuda estoy dispuesta a complacerte, pero dímelo de frente, sin sonrisitas idiotas ni indirectas, sin que te quede nada por dentro, aprovecha el momento, tengo en las manos un bicho de acero inoxidable, de veinte centímetros, más afilao que una navaja barbera y que llaman cuchillo, y que entre otras cosas lo uso para pelar papas, zanahorias, cortar pan, etc, pero también, si me sigues provocando, podría clavártelo en la misma guata. Así que deja la vaina o atente a las consecuencias ¿okey?.                       
—Peeeeeerrooooo María, ¿tú eres capaz de hacer esa vaina?.
—Ponme a prueba, pues, ponme a prueba.

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