sábado, 27 de junio de 2015

LA PRIMERA PREGUNTA


El engranaje, mecanismo (que vendría a ser lo mismo) poleítas, rueditas y cuanta pendejaíta tenía el reloj en su interior, con un interminable y monótono tic, tac, tic, tac, tic, tac, marchaban lenta pero irreversiblemente hacia un punto determinado. Minutos después, la aguja grande se colocó debajo del 12, y la pequeña sobre el 6. De inmediato, una especie de clavito como de acero que emergía de las propias y ocultas entrañas del aparato que sobresalía por la parte superior del mismo, y que además terminaba en una metrica o bolita, se puso en movimiento a velocidad increíble golpeando repetidamente cada una de las dos campanitas que se encontraban a sus lados.
¡Triiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! etc, etc. Parió morochos la abuela. Se activó la alarma. Aquél metálico, estridente y casi interminable martilleo se esparció por todo el ambiente, penetrando por ambos oídos de la señora Loto que despertó sobresaltada. Sus dulces sueños se disiparon como el humo del cigarrillo, como una burbujita de jabón de panela.

 
––Coooño–– dijo con voz quejumbrosa, y en la semipenumbra que inundaba la habitación, estiró su brazo derecho, y a tientas porque aún no había abierto los ojos, trató de ubicar el lugar donde debía hallarse la pequeña mesa de noche sobre la cual reposaba aquel reloj que continuaba chillando cual recién nacido a quien su mamá inconsultamente le quita la teta. Su mano tropezó con el vaso de, o con agua que también todas las noches colocaba allí. Aquel cayó al suelo bailando como un trompo hasta detenerse justamente debajo de su cama. Paulatinamente el repiqueteo del reloj fue decreciendo en intensidad hasta que cesó por completo para beneplácito de aquella Bella Durmiente, que no por el beso de un príncipe había sido despertada, sino por aquel feo reloj de blanca esfera, y agujas y números negros que había ganado en una rifa. Se sentó en el borde de la cama, y también a tientas, con los pies, buscó las pantuflas de peluche, regalo de su hijo mayor el “Día de la Madre” del año pasado. Introdujo sus pies como La Cenicienta, pero tres veces más grandes en cada una de ellas, y... carajo, estaban completamente mojadas por el agua que se había derramado del vaso al caer, que no se rompió por ser de material plástico. Con pantuflas y pies mojados se levantó y se dirigió al baño portando la bacinilla repleta de los orines de la madrugada que botaría en el “guater”. Se miró al espejo y el cristal le devolvió su imagen.

––¡Aaaaaaayyyyyyy! ––gritó, y estuvo a punto de desmayarse del susto, pero al reconocerse, recobró la calma.

Su negra cabellera, luciendo algunos descoloridos “reflejos” caía desordenadamente por su rostro y espalda. Aquella greñera, aquella maraña de pelos enredados entre si, guardaban un extraordinario parecido con las anacondas y tragavenados de sinuosos movimientos que constituían la cabellera de Medusa, la mayor de tres hermanas malucas llamadas Gorgonas que según la mitología griega convertía en piedra a todo aquél que la mirara a los ojos, hasta que un tipo llamado Perseo así como Suarzeneguer, pero no tan kilúo como él, chinito en pelotas, cubriéndose el rostro con una mano como tapando el sol, se dejó de pendejadas y le separó el tronco de la cabeza, o la cabeza del tronco, de un tronco e machetazo. Cinco minutos después, luego de volver a orinar y cepillarse, se dirigió a la sala. En un rincón, como escondido hallabase un equipo de sonido marca “Filis”, (una planta, diría un hombre del Llano) que le permitía, además de sintonizar emisoras de radio a.m. y f.m. (antes y final meridiem) oír discos de los llamados “Don Pleis”, y hasta “Compai Dis” o Ci Di. O dicho en criollo: Ce-De, utilizando nuestra lengua castellana, es decir de la Mare Patria, España, y no Ci Di, porque ni gringos ni ingleses somos ni queremos serlo. Estamos orgullosos de que nuestra sangre se haya mezclado con la de ínclitos, esclarecidos, ilustres y preclaros hombres como Antoñanzas, Morales, Suazola, Boves, Tízcar, Morillo, La Torre, Zérberis, Calzada, Lope de Aguirre y toda esa cuerda de buenos carajos.

Pues bien, la señora Loto puyó un botoncito y el aparato se encendió. Sintonizó una de sus emisoras preferidas y le dio un poquito más de volumen con el fin de no perder detalles de una información que no pudo escuchar la noche anterior por encontrarse en la Funeraria Valdés, acompañando en su sentimiento a los familiares de un vecino que se había ido del mundo de los vivos. En aquella empresa de “Bombas Fúnebres” estuvo hasta casi las once y media de la noche, por lo tanto no pudo enterarse de nada a pesar de que aquella información había sido difundida por casi todas las emisoras y televisoras del país una y otra vez casi cada cinco minutos. En aquel preciso momento se dejó escuchar una prolongada y ensordecedora fanfarria, aquella vaina era como las últimas notas de la zarzuela “La Boda de Luis Alonso”, y luego la voz del locutor gritando a todo gañote: “Radio Veloz Continente informa, última hora, urgente, la policía municipal del Municipio Libertad del Estado Cojedes, se encuentra tras la pista del labriego Jesús Ángel Buenagente Mata, vecino del caserío San Inocencio, quien huyó del susodicho lugar luego de haber dado muerte de cuarentisiete machetazos a su padrino de confirmación Isidro Labrador, porque éste se había negado a regalarle una gallina con la que el criminal pretendía hacer un cruzao para celebrar su cumpleaños. Seguiremos informando. No cambie de dial. Las seis dieciocho minutos”.

––Desgraciao–– dijo, y cambió de dial. En un mismo tono de voz que el anterior, el locutor de la emisora daba la hora.

La señora Loto, algo nerviosa esperó un minuto más para ver si de una vez por todas radiaban la noticia que le interesaba escuchar.

El locutor continuó siempre en alta voz acompañándose del tañido de liras, campanitas, bombos, platillos, arpa, cuatro, maracas, furruco y tambor: “El Presidente de la República se dirigirá ésta noche al país a través de una cadena de radio y televisión, durante la cual dará a conocer el resultado de su reciente viaje por varios países europeos de Europa, recomendamos comprar chucherías. Las seis veintidós minutos. El Gato Galarraga bateó su jon...”

––Coño no joda, que buena vaina–– refunfuñó, y volvió a cambiar de emisora:

“Las seis y veintitrés minutos–– dijo una hermosa voz de mujer, quien añadió: Los residentes del edificio Orinoco, ubicado en la calle Apure, de la urbanización Caroní, se quedaron sin el suministro de agua debido a la rotura de uno de los tu...”

––Ah pero bueno.

A la señora Loto se le diluía la paciencia, de nuevo cambió de dial, y paró la oreja:

“ ...trevista de Julio Cé...”

––Ahora sí pues–– se quejó nuevamente y por cuarta vez cambió de emisora:

“ ...me jarabe Breacol y deje de toser”.

––Que buena vaina ah–– dijo ahora, y de nuevo sintonizó otra emisora, escuchó: “La policía zuliana detuvo al obrero Paciente Arrechedera de cuarenta años cuando ponía pies en polvorosa luego de haber dado muerte de dos disparos de escopeta de las llamadas “morochas” a su compadre Inocente Peña, por dejarse ahorcar “La Cochina” cuando disputaban el bonito de una partida de dominó en una taguara del caserío La Amistad de la ciudad de Cabimas. El jefe de la policía Francisco Doroteo Villafañe, el popular “Pancho Villa”, manifestó que el asesino utilizó para consumar su crimen cartuchos de perdigones de los llamados venaderos que abren un huequito al entrar, pero una tronera así de grande al salir. El bicho se encuentra ahora tras las rejas de un oscuro, y maloliente calabozo donde pacientemente espera salir en libertad dentro de veinte años para volver a jugar dominó. Ojo pelao, se recomienda no jugar con él, o soltar tempranito “La Cochina”. Las seis veintiocho”.

––Peeerro, se me hace tarde.

––Coño mamá bájale el volumen a esa vaina, son las seis y media de la mañana. Era la voz de “La Niña”, su hija de 17 años que desde su habitación protestaba por aquel escándalo a tan tempranas horas. La señora Loto bajó el volumen del aparato dirigiéndose a su habitación. Allí comenzó a desvestirse para después vestirse. Era ella casi ochenta kilos de carne con hueso muy bien distribuidos por todo su cuerpo, y después de ponerse las “blumas” (como diría un llanero) parecida a una tienda de campaña para dos personas, se colocó el sostén de grandes copas como dos sombreros de cogollo. Se metió luego en un enorme vestido floreado como aquellos paracaídas que solía usar la carajita Magdalena Sánchez, cuando en “El Chou de las Doce” del Tío Saume, le daba por cantar aquello que decía:



“Si el gavilán se comieeeera,

hay se comiera como se come el ganaaaao”.



Por último introdujo los pies en unas sandalias de cuero. Al tiempo que hacía todo esto, paraba la oreja tratando de captar la voz de algún locutor que radiara la información que con ansias locas esperaba, pero nada, los muerganos perifoneadores continuaban con las noticias y dando la hora cada minuto. Una vez vestida y calzada se dirigió de nuevo al baño, y frente al espejo, comenzó por peinarse el negro azabache de su blonda cabellera en la que como ya se sabe, destacaban algunos “reflejos” algo descoloridos que se había mandado a hacer hacía casi un mes para asistir a un almuerzo el “Día de la Secretaria”. Se pintó las cejas, se alisó las pestañas, se embadurnó la enorme boca con “rouge” abriéndola y cerrándola constantemente, (dos dientes se mancharon de rojo) se coloreó los cachetes y la nariz con Polvo Sonrisa, se perfumó con Jean Mary Farina y salió satisfecha de su nueva apariencia. Parecía ahora el cacique Toro Sentado, o Guaicaipuro en pie de guerra dispuesto a echar de sus tierras al carapálida invasor. Se dirigió de nuevo a la sala y se pegó a la radio dándole un poco más de volumen.

“Las seis cincuentidos minutos”, chilló el locutor de “Ya Va Caé Mundial”.

Disponía todavía de ocho minutos. La información que deseaba escuchar, pero que no era difundida, la llevó a sintonizar otra estación:

“Maringáaaa, Maringáaaa”, cantaba un carajito llamado Leo Marini.

––Ah vaina con la Maringá.

––Coño mamá. ¿Y entonces?–– le oyó nuevamente gritar a “La Niña”.

––Ya va chica–– respondió algo molesta, y buscó otra emisora:

“Cin – co – pa – rá – las – sie – teee” dijo cantaíto una locutora.

Cambió de dial una y otra vez, pero la información no la daban por ninguna parte, sólo pudo escuchar:

“Arrastrando ésta cadeeeena tan juerte, hasta que mi triste viiiida se acabe”.

“Ace lavando y yo descansando, Ace lavan...

“Seis cincuenta y siete minutos en Radio Viento”.

“... amor llega así de ésta manera”.

“...pasaría en Caracas si no existie...

“Petra Dayana Rojas, representante de nuestro país, fue electa Miss Uni...

“La Canción que a Usted le Gusta”.

“Con Glostora con Rubina, su cabello se ilumi...

“Fume Capitolio”.

“...pítulo más de su novela Las Puertas del Cielo, con Héctor Hernández Vera y Carlota Ureta Zamorano, y luego La Virgencita de Plata, con Hugo de Gani y Zoe Ducos, presentados por Lavasol, que pone el sol en su lava...

“Chacho crea, no imita”.

“... bata el mal aliento con Astringosol”.

––No joda–– farfulló por último la señora Loto y apagó el radio.

––Coño mamá ¿por fin?–– era de nuevo “La Niña”.

Se fue la señora Loto a su cuarto, tomó la cartera que parecía una maleta, y la infaltable compañera, una bolsa plástica en la que se podía leer: “Supermercados Nada”, en ella introdujo algunas prendas de las llamadas Gor-Fil, zarcillos, pulseras, sortijas, cadenas, collares, algunos perfumes ique franceses, y un “catágalo” de “Super Guaire”, porque claro, el sueldo no le alcanzaba y se rebuscaba vendiendo entre sus compañeros de trabajo aquella mercancía. Penetró a la habitación de “La Niña”, quien se cubría la cabeza con una almohada, y con voz casi audible, como un susurro le dijo:

––Mami, acuérdate del encargo, encima de la peinadora están los riales.

––Sí mamá, ya van diez veces que me lo dices, que vaina con usté mano.

Salió al pasillo. ¡Milagro!, ¡Aleluya!, ¡Eureka!. El ascensor se encontraba precisamente allí, detenido en el piso 10 con sus puertas abiertas como esperándola. Penetró en él, y puyó el botón P.B. (Pa Bajo) . Llegó a la planta baja. Frente al ascensor observó como todos los días la puerta pintarrajeada de varios colores con un cartelito donde se podía leer: “Concergería”, y en un trozo de cartulina un poquito más abajo: “Se vende helado de guayavas, limón, tamarindos, coko, naranga, parchita, patiya, piña, vainiya, chocolates, colita, leche, mantecado, y de frutas a 200 bolívare”.

Estuvo tentada de llamar a la conserje y hacerle a ella la primera pregunta del día. Ella sí podría darle la información que todas las emisoras de radio no le habían dado, pero se abstuvo de hacerlo, se le hacía tarde. Continuó su camino y salió a la calle. Como buena católica se persignó, y presurosa se dirigió al kiosquito de la esquina, si no había podido escuchar la noticia, la leería en el periódico.

Pero... que vaina, el tarantín aquel se encontraba cerrado.

––Lo que me faltaba no joda–– refunfuñó. Miró ahora hacia ambos lados de la calle, nadie, ni un vecino, ni un conocido a quien consultar sobre lo que quería saber. Cerca de donde se encontraba pudo ver al muchacho de todos los días, que vistiendo unas multicolores bermudas, una franelilla que el día anterior había sido de inmaculada blancura pero que ahora era de negrura, y calzado con unas cholas de goma, se encontraba allí instalado con una mesa plegable cubierta con un mantel de hule, y sobre ella dos cestas de anime remendadas con tirro, dos termos floreados por cuyas superficies resbalaban algunas gotas de café negro y marrón, y de tres envases de punta cónica, contentivos de guasacaca uno, de picante otro, y el tercero de salsa de tomate, todo aquello protegido por un enorme y multicolor toldo playero. Mientras hurgaba en su cartera, en busca de los dos mil bolos con los que de lunes a viernes se desayunaba (porque esa vaina de hacer café y prepararse un desayuno no era con ella) se dirigió al muchacho:

––Mira vale, dame un marrón grande y tres empanadas.

––¿Caraotas, pollo, carne, queso o chicharrón?–– preguntó el chamo.

––Chicharrón vale, las caraotas me producen cólico, no como pollo, y la carne, y el queso me suben el colesterol.

Engulló las empanadas en las que vació parte del contenido de aquellos envases. Se tomó el café, y se limpió la boca con una servilleta que introdujo después en el vaso cuyos bordes se mancharon de rojo, y lo arrojó al suelo.

––Piazo e tierrua, en tu casa debes ser igualita–– murmuró el muchacho doblando el lomo para recoger aquella basura que arrojó a una papelera.

La señora Loto vio venir el autobús al mismo tiempo que por la acera de enfrente marchaba lentamente una amiga suya. Que suerte, venía leyendo el periódico. Desde donde se encontraba pudo leer: “Jonrón 40 de Galarraga”.

Le hizo señas a su amiga pero aquella sólo tenía ojos para el multicolor periódico. Llegó el autobús, pero antes de abordarlo llamó:

––Estefanía, mira, epa, esta niña, hey–– pero su amiga ni veía ni escuchaba.

––Marica, sorda el carajo no joda–– dijo entre dientes y abordó el autobús. Frustrada se sentía, se le había escapado aquella oportunidad por saber lo que ese día se le hacía como imposible. El bicho arrancó al tiempo que ella caminaba por el pasillo, y al no poder mantener el equilibrio se iba hacia los lados como una canoa mecida por el oleaje marino golpeando con sus caderas los hombros de los pasajeros que viajaban cómodamente sentados.

––Perdón, disculpe–– dijo varias veces, y después de mirar detenidamente los asientos vacíos como buscando uno especial, llegó hasta “La Cocina”. Se sentó en un extremo de aquél asiento donde cabían cinco personas, pero un solo puesto era muy poco para ella, y ocupó dos por el precio de uno.

Cerró la ventanilla para evitar que el aire le despeinara su bicolor cabellera. En la siguiente parada penetraron otros nueve pasajeros y el autobús comenzó a ponerse full. Otra parada y otros pasajeros, uno de ellos elegantemente vestido, portando un maletín ejecutivo recorrió el pasillo y fue a sentarse justo al lado de la señora Loto. Miró de reojo y se dijo:

––“Coño, si yo fuera el chofer, a esta gorda le cobraría doble pasaje”.

La señora Loto como quien no quiere la cosa dirigió a su vez la mirada a aquél señor acompañándola de su mejor sonrisa. (todavía uno de sus dientes se hallaba manchado de lápiz labial). Quiso entablar una conversación con él, y hacerle aquella primera pregunta del día, pero algo en su interior le decía que no era él la persona que podría darle respuesta a su inquietud, por lo tanto se limitó a mirar al exterior aguzando la vista cuando el autobús se detenía frente a un kiosco de periódicos. Casi sacaba la cabeza por la ventanilla para observar. Pero la información se hallaba escrita en caracteres pequeños, imposibles de leer desde aquella distancia. No obstante aquel señor abrió el maletín y... ¡aleluya!, extrajo un periódico. La señora Loto disimuladamente dirigió su mirada hacia aquél periódico. Allí, seguro que sí, estaría la información que tanto deseaba conocer. Pero... que vaina, el periódico aquel era “El Nació-Mal”, y ese pobre bicho jamás le daría la noticia que por desconocerla la tenía casi al borde de la locura. Media hora después, bajó del autobús, dirigiéndose a la Jefatura donde trabajaba. Penetró en un ascensor que la dejó en el segundo piso, bajó por las escaleras hasta el primero, recorrió un pasillo y llegó a su oficina. Como de costumbre era la primera en llegar. Inmediatamente tomó un teléfono y con mano temblorosa marcó un número. Riiiiiiiiiiiiiiiiiing –– Riiiiiiiiiiiiiiiiiing –– Riiiiiiiiiiiiiiiing, repicó en otra oficina.

––Seguridad, Buenos Días–– dijo una grave voz de hombre.

––Buenos Días ––respondió ella, añadiendo: ––Por favor, con Primitiva.

––No ha llegado todavía. ¿De parte?...

––Es la señora Loto, dígale cuando llegue que me llame urgente a la 427.

––Okey, no se preocupe–– respondió el hombre.

––¿Cómo es posible que desde que me levanté no he podido saber un carajo?. Porque cuando no es una vaina, es otra. Primero la radio, el kiosco cerrado, la boba aquella de Estefanía que ni me vio ni me oyó, el estúpido aquél del autobús con su piazo e periódico, y pa completá la mongólica y floja esa de Primitiva todavía no ha llegado. Fin de mundo mano, fin de mundo. Lo único que falta es que cuando llegue a la casa “La Niña” me diga que no consiguió lo que le encargué y haya comprado otra vaina. Minutos después sonó el teléfono. Se abalanzó sobre él como chamo a piñata cuando ve caer los primeros caramelos por el hueco que le abrieron a palos. Levantó el bicho, se aclaró la garganta e identificó el departamento:

––“Contra Vicio”. Buenos Días.

––Buenos días. Con la doctora Segura por favor ––respondió una voz.

––No, no se encuentra, habla con su secretaria. ¿Quién la llama?

––Mire, yo estuve ayer por ahí, pero me dijeron que era los viernes que ella atiende para asuntos personales, yo trabajo en la División de Personal y...

––Sí, pero ella llega a las 10, llame más o menos a esa hora.

––¿A las 10?, pero si en la puerta hay un cartel que dice que ella atiende los viernes de ocho y media a diez, y de dos y media a cuatro.

––Mire, yo lo que le puedo decir es que la doctora Segura llega a esa hora.

––Está bien, yo llamo a lqs 10–– dijo la persona que llamó y colgó.

––Ahora si me jodí yo, ique llamando a la doctora Segura a las ocho y media de la mañana–– refunfuñó la señora Loto.

Cuatro minutos después sonó de nuevo el teléfono.

––“Contra Vicio”. Buenos Días.

––¿Loto?.

––Coño Primitiva ¿por fin llegaste?.

––No vale, yo llegué hace más de media hora, lo que pasa es que me estaba desayunando en el cafetín. ¿Qué pasó?, me dijeron que te llamara urgente.

––Si vale, menos mal que llamaste, no aguanto más.

––Que es chica, ¿necesitas papel tualé?.

––Que papel tualé del carajo Primi, es para preguntarte una vaina.

––Ay mi amor, si es para preguntarme si te van a botar ahora en diciembre, despreocúpate m’ija, tú no estás en la lista, acuérdate que tú eres la que le hace café, y le compra el periódico a la doctora Segura. Así que no te preocupes mujer, déjate de nervios, tú sí que estás resuelta.

––No, coño, no es para eso.

––Bueno, ¿y entonces?...

A continuación la señora Loto contó a su amiga Primitiva todos sus sufrimientos de aquel día y su frustración por querer saber algo que para ella era de vida o muerte. Y ya desahogada, mucho más tranquila, pero con voz que parecía un ruego, una súplica y mentalmente preparada para recibir la respuesta, le disparó a aquella la primera pregunta del día:

––Mira Primi, ¿qué botaron anoche Caracas, Táchira y Zulia?.







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